En un esfuerzo por abordar la elevada incidencia del hábito de fumar, la inversión en
ciencia e investigación han permitido el desarrollo de productos alternativos sin humo que
buscan reducir el riesgo de daño asociado al cigarrillo. Prescindiendo de la combustión
y, por tanto, deshaciéndose del humo es como funcionan estas alternativas.
En España, más del 30% de la población consume tabaco a diario, lo que resalta que las
políticas tradicionales de control del tabaquismo (a través de la prevención y cesación)
no están consiguiendo toda la eficacia que se esperaba y, pese a que deben continuar,
se hace necesario complementarlas con enfoques holísticos que tengan en cuenta la
evidencia científica.
Ausencia de humo, diferencia fundamental
Es necesario conocer y comprender toda la ciencia que hay detrás de estas
alternativas sin humo, y desmitificar los conceptos erróneos que circulan en torno a las mismas.
La principal diferencia respecto a los cigarrillos, y la clave de las mismas, es que estas
alternativas no queman, sino que solo calientan: en el caso de los dispositivos de
tabaco calentado, calientan tabaco real; y en el caso de los
vapeadores,
calientan una solución líquida.
Un cigarrillo de combustión, libera más de 6.000 sustancias químicas, de las cuales
unas 100 han sido clasificados por las autoridades de salud pública como nocivas o
potencialmente nocivas. El hecho de eliminar la combustión en las alternativas, les
permite también deshacerse del humo, y lo que liberan es una especie de aerosol o
vapor con niveles medios de sustancias tóxicas significativamente menores que el
humo del cigarrillo.
Y aunque las alternativas no están exentas de riesgo y su uso generalmente conlleva la
inhalación de nicotina, que es adictiva, la ciencia ha demostrado que son una mejor
opción a seguir fumando. En todo caso, la mejor opción para cualquier fumador será
siempre dejar por completo el consumo de tabaco y nicotina.
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Qué papel juega la nicotina
La nicotina es un componente clave en las alternativas sin humo. Sin embargo, existen
malentendidos a su alrededor que pueden actuar como una barrera que impida a los
adultos, que de otra forma seguirían fumando, considerar el uso de estas alternativas
en su lugar.
Es bien conocido que la
es una de las razones por las que la gente fuma, junto
con otros factores, como el sabor y el ritual. Es una sustancia adictiva y no está exenta
de riesgo, pero son los elevados niveles de sustancias químicas nocivas y
potencialmente nocivas presentes en el humo de un cigarrillo la principal causa de las
enfermedades relacionadas con fumar, y no la nicotina.
¿Qué opciones tenemos?
Como comentábamos, dejar el tabaco y la nicotina por completo es la mejor opción
que cualquier fumador pueda tomar. Sin embargo, la realidad es más compleja y
muchos no abandonan el hábito.
En la actualidad hay más de 1.000 millones de fumadores, y según estimaciones
de la
, no se espera que esa cifra cambie significativamente para el 2025.
Para este grupo de personas que de otra manera van a seguir fumando, existe una
tercera vía: la reducción del daño a través del uso de alternativas libres de combustión
y de humo. Sin embargo, para que estas alternativas consigan reducir el riesgo de daño
a la población y, eventualmente tener un impacto en la salud pública, tiene que
haberse demostrado científicamente que son significativamente menos nocivas que
los cigarrillos y deberían ser suficientemente satisfactorias para los fumadores adultos.
El desafío es ser capaces de proporcionar información veraz basada en evidencia
científica a los fumadores adultos que les permita cambiar a mejores alternativas a
los
cigarrillos y, a la vez, disuadir a los menores o no fumadores en la iniciación en estos
nuevos productos. Cada vez hay más países que están incorporando estas políticas de
reducción del daño de forma complementaria a las tradicionales de prevención y
cesación y los datos ofrecen resultados muy prometedores para avanzar hacia el fin de
los cigarrillos.
En este sentido, aprovechar esta oportunidad de lograr un beneficio para la salud
pública no puede lograrse de manera individual, sino que también precisa de la
colaboración de las autoridades públicas y la comunidad científica, así como la
sociedad civil.