Publicada

De la vida parasitaria

Isabel Preysler (Manila, 1951; de profesión, sus matrimonios con gente de posibles) acaba de publicar sus (¿esperadísimas?) memorias, tituladas Mi verdadera historia y escritas al alimón durante dos años con la periodista Pilar Vidal, de la que se dice que la conoce como si la hubiera parido.

Por consiguiente, la cara visible de Porcelanosa y Ferrero Rocher está llevando a cabo una tournée por estudios de radio y platós de televisión para anunciar la buena nueva. Supongo que Mi verdadera historia se venderá bien, dado el inexplicable interés que la señora Preysler lleva despertando entre nosotros (sobre todo, entre los consumidores de prensa del corazón) desde que llegó de las islas Filipinas, se hizo amiga de Carmen Martínez Bordíu, la nieta del Caudillo, y se casó con Julio Iglesias.

Con Julio empezó su carrera profesional, que siempre ha consistido en la caza de maridos ricos. Según ella, el motivo de la publicación de sus memorias no es otro que el de explicar sus cosas desde su punto de vista, harta, como parece estar, de todo lo que se ha escrito sobre ella y que no se correspondería con la verdad que podemos encontrar en Mi verdadera historia.

Teniendo en cuenta que la buena señora lleva más de cuarenta años en el candelero, no sé qué grandes novedades contendrán las páginas del libro, pero ya me he enterado de una que no me ha hecho ninguna gracia: la publicación, para que se entere toda España, de las cartas que le dirigió el difunto Mario Vargas Llosa al principio de su romance y que son de una cursilería impropia de un premio Nobel de Literatura (y de cualquiera).

En pleno auge del correo electrónico, Isabel consiguió que Mario le escribiera cartas de verdad, de las que se escriben a mano, se meten en un sobre y se echan en un buzón de correos. Eso facilita considerablemente la publicación de las misivas, claro, que ahora están a disposición de cualquiera que se compre Mi verdadera historia.

Evidentemente, no la vamos a tomar con el propio Mario (al que su ex define como maleducado) por escribir cartas de amor emocionadas y tirando a cursis. Me temo que todos lo hemos hecho, y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Lo que ya me parece discutible es publicar esas cartas para incrementar el morbo de un libro: subirse encima de un muerto para parecer más alto es tan común como despreciable.

He oído estos días opiniones de gente que considera a la señora Preysler un icono del feminismo y alguien que siempre hizo lo que quiso, sin preocuparse por las consecuencias. Curiosa manera de ver a un parásito social muy hermoso que nunca se distinguió por nada más que su ojo clínico a la hora de casarse.