¡Estoy hecho un chaval!
David Byrne (Dumbarton, Escocia, 1952) está que se sale. Se acaba de casar (por segunda vez) con la empresaria Mala Gaonkar y acaba de publicar un nuevo disco, Who is the sky, que es pura alegría de vivir, ritmos trepidantes e himnos al jolgorio (y que está la mar de bien): después de su anterior obra, American Utopia, un álbum muy serio en letras y músicas, el señor Byrne parece haber optado por el optimismo sonoro. Tal como está el patio en su país de adopción, Estados Unidos, como en el resto del mundo, se agradece, la verdad.
Se dio a conocer a finales de los años 70 como cantante y líder de los Talking Heads, orgullo y alegría de la new wave neoyorquina que convirtió con sus actuaciones un tugurio del Bowery llamado CBGB en la Capilla Sixtina del pop (pese a tener los retretes más sucios que uno haya visto en su vida). Por allí pasaron también los Ramones, Blondie y lo más granado de aquella ciudad en bancarrota donde podías alquilar un apartamento por cuatro perras y disfrutar de él si no te apuñalaban volviendo del trabajo. Los Talking Heads legaron a la posteridad unos cuantos álbumes magníficos antes de separarse (mis favoritos: More songs about buildings and food y Remain in light, fruto este de la suma cerebral de Byrne y Brian Eno).
La carrera en solitario del señor Byrne, con altibajos, es también de sumo interés. Capaz de colaborar con gente tan variopinta como Celia Cruz o Saint Vincent, David Byrne ha publicado una serie de discos interesantísima (dos con Brian Eno: el primero, espléndido y cargado de ideas nuevas; el segundo, un remake con escasa gracia, todo hay que decirlo) de la que Who is the sky constituye la última entrega. Al frente de su propio sello discográfico, Byrne distribuyó en Estados Unidos a variados representantes de eso que los americanos llaman world music, como si los USA fueran por un lado y el resto del planeta por otro. Como cineasta, le debemos una película magnífica, True Stories, agridulce reflexión sobre Norteamérica que no debió ser muy del agrado de Donald Trump (en el dudoso caso de que la viera).
Durante los dos meses que pasé en Nueva York hace unos años, escribiendo una novela que salió mal y no me atreví a publicar, solía salir al balcón del apartamentito que me habían dejado en el hotel Chelsea y me dedicaba a ver pasar a la gente. Fue así como vi entrar dos veces al señor Byrne en el Chelsea, aunque nunca averigüé a quien venia a ver, ya que los malos viejos tiempos del hotel habían pasado a la historia y ahí ya no quedaban más que cuatro losers de la época de Andy Warhol y la habitación de Sid Vicious estaba clausurada (estaba en mi planta). Me gustó tenerlo a tan poca distancia, aunque fui incapaz de propulsarme a recepción para darle la chapa. Me lo volví a cruzar en una galería de arte, a la que el músico había accedido vestido de jogging. Otra vez me pasó por delante en bicicleta. Recuerdos tontorrones que solo serán comprendidos por los fans de éste y aquel. Recuerdos pop.
La gira internacional de la presentación de Who is the sky no pasa por España. Tras unas sucintas averiguaciones, descubro que ningún promotor nacional se ha interesado por ella. Muchas gracias a quien corresponda.
