El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz durante el tradicional acto de apertura del año judicial celebrado este viernes en el Tribunal Supremo en Madrid

El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz durante el tradicional acto de apertura del año judicial celebrado este viernes en el Tribunal Supremo en Madrid Chema Moya Agencia EFE

Examen a los protagonistas

Álvaro Garcia Ortiz

Todo menos dimitir

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El fiscal general del estado por la gracia del presidente del gobierno (¡Viva la separación de poderes!), Álvaro García Ortiz (Lembrales, Salamanca, 1967), se personó el otro día en la inauguración del Año Judicial imputado por revelación de secretos (se le acusa de haber filtrado algunas de las trapisondas del novio de Isabel Díaz Ayuso) y con fecha inminente para su posible inculpación. El hombre desoyó los consejos de quienes le decían que se quedara en casa (ese día y en general, hasta que quedara exonerado, si tal cosa llega a suceder) y apareció tan ufano a decir que creía en la justicia y, sobre todo, en la verdad. Núñez Feijoo, ofendido y señalando al rey como posible máximo afectado por la presencia del señor García, se pasó la inauguración oficial del Año Judicial por el arco de triunfo y se fue a hacer el ayuser a un barrio de Madrid (el rey, a todo esto, adoptó su habitual expresión de “esto no va conmigo y a mí que me registren”).

Álvaro García Ortiz cuenta con abundantes enemigos en su profesión, generalmente escorados hacia la derecha. Pero plantear lo suyo como una pelea entre el David progresista y el Goliat reaccionario sería exagerar un poco. Todos sabemos que al fiscal general del estado lo elige el gobierno, pero hay maneras y maneras de agradecer el gesto. El señor García Ortiz ha optado por comportarse como cualquier ministro de Sánchez y convertirse en otro siervo de la gleba del sanchismo. De hecho, siempre ha parecido más un subsecretario de estado que un leguleyo, y cuando caiga Sánchez, él caerá detrás.

De momento aguanta, y con una táctica similar a la de su jefe: aparentar que nos defiende a todos del fascismo. También es verdad que su presunto delito lo es únicamente por su condición: si el soplo lo hubiese protagonizado Bolaños, o el boquirroto Puente, no habría pasado nada. Se habría considerado otra batallita entre el PSOE y el PP y santas pascuas. Lo grave es que semejante indiscreción malintencionada haya salido de un miembro de la judicatura.

Él lo niega todo, claro está, pero resulta sospechoso que el mismo día que lo imputaron, el 16 de octubre de 2024, se abalanzara a borrar todo lo que había en su teléfono móvil. Según él, porque es lo normal. Según otros, para que la policía no tuviera acceso a sus comunicaciones recientes y se detectaran mensajes sospechosos y/o turbios.

En cualquier caso, el hombre está pringado y vive una situación complicada. A veces me recuerda a la inefable Laura Borràs, que no dimitía ni a tiros, pese a estar imputada por sus trapicheos económicos en favor de un amigote cuando dirigía la Institució de les Lletres Catalanes. Como la Geganta del Pí, Álvaro García Ortiz no piensa moverse de su sitio hasta que lo envíen a galeras. El prestigio de la institución se la sopla y dimitir se le antoja un nombre ruso. ¡Que se joroben los fachas, leñe!