La batalla desatada por el BBVA por el control del Banco Sabadell llega a su final. Un momento adecuado para valorar el papel representado por el presidente de la entidad catalana, Josep Oliu. Y no sólo en este proceso sino en los años anteriores. En concreto, los transcurridos desde que el primer intento de fusión del banco que preside Carlos Torres culminó sin éxito.
Por entonces, Oliu fue señalado por no pocos dedos como el principal causante de que la operación no llegara a buen puerto. Y sólo una reducida minoría confió en su plan alternativo: seguir en solitario y tratar de superar un diabólico escenario conformado por el largo ciclo de tipos de interés históricamente bajos y la pandemia.
En pleno relevo de su entonces consejero delegado, Jaume Guardiola, Oliu confió en César González-Bueno para cumplir con un plan que contaba con numerosas papeletas para el naufragio. Los análisis aseguraban que era cuestión de tiempo que el BBVA lo volviera intentar y que, entonces, no habría otra opción que aceptar.
Los pronósticos se cumplieron. La entidad con sede en Bilbao volvió a llamar a la puerta del Sabadell. Pero mucho más tarde de lo esperado. Y con cierta urgencia incluso, para evitar que su objetivo siguiera creciendo y el coste de la operación se le fuera de las manos.
Ésta vez sí, es público y notorio que Oliu es un factor determinante a la hora de que la nueva tentativa no llegue a buen puerto. Hoy en día, el Sabadell nada tiene que ver con aquella entidad que zozobraba en las tormentosas aguas financieras.
Para empezar, ha multiplicado por diez su valor en bolsa. Para seguir, acaba de aprobar su segundo plan a medio plazo para dar luces largas al mercado y los accionistas. Y para terminar, ha regado a estos últimos con cifras mareantes de dividendos que ilustran su capacidad para generar capital.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado. Oliu sigue en la presidencia del Banco Sabadell. Y "amenaza" con seguir en solitario. Con el precedente anterior, convendría al sector financiero tentarse la ropa.
