Publicada

El rey del tex-mex

Se nos ha muerto uno de los músicos más frescos y estimulantes de todos los tiempos, el gran Leonardo Jiménez, alias Flaco, que tanto nos entretuvo a algunos con su acordeón diatónico y su repertorio tejano-mexicano de polkas, rancheras y baladas tan típico del sur de los Estados Unidos, tocando a México.

Tocando tanto que a mí me cuesta bastante distinguir lo que hacía Flaco de lo que se fabricaba al otro lado de la frontera, el célebre estilo norteño.

De casta le venía al Flaco, pues su padre, Santiago, fue el pionero del tipo de música que hizo célebre a su hijo, llevándolo a colaborar con luminarias gringas como Bob Dylan, los Rolling Stones o Ry Cooder, introductor oficial en Estados Unidos de las músicas latinas (recordemos su Buena Vista Social Club).

A principios de la década de 1980, caí en manos del grupo de Los Ángeles Los Lobos, unos tipos de origen mexicano que reinventaron el rock & roll original y lo mezclaron con la música que escuchaban sus padres en casa. Cuando hacían rock gringo eran estupendos. Pero cuando les daba por la mexicanidad, eran aún mejores, por lo menos para mí.

El uso del acordeón en una banda de rock, que tan buenos resultados había dado con el zydeco de Nueva Orleans (véase, o escúchese, a Clifton Chenier, que en paz descanse) dio a esos chavales del East LA un esplendor y una fuerza considerables, contagiando además al oyente de una extraña alegría. Sin darme cuenta, me enganché al sonido norteño y al tex-mex.

Alguien (no recuerdo quién) me aconsejó que recurriera a las bases del género y que escuchara a Flaco Jiménez. Le hice caso (Dios te bendiga, y disculpa que me haya olvidado de ti) y empecé a hacerme con todos los elepés del Flaco que podía encontrar, logrando acceder a un mundo musical de alegría y sentimiento que reforzaba mi serenidad y moderaba mi melancolía.

Creo que me di un atracón de tex-mex, ya que Flaco me llevó a otros músicos y cantantes, motivo por el que hace años que no lo escucho. Uno es así: cuando algo me gusta, sea un cineasta, un escritor o un músico, me empapuzo de sus cosas y no paro hasta que he visto de ellos todo lo que han rodado, escrito o grabado. Mi natural compulsivo lo agradece y me ha pasado con gente tan variopinta como Georges Simenon, Ruth Rendell, Patricia Highsmith, Paolo Conte, Max Raabe, Rainer Werner Fassbinder o David Lynch.

Flaco Jiménez (San Antonio, Texas, 1939-2025) se pasó la vida de gira y grabando. En directo era una fuerza de la naturaleza que intentaba pasar desapercibida, como si el acordeón le protegiera del interés ajeno. Formó grupos como los Texas Tornados y Los Super Seven con otras glorias del género como Doug Sahm, Augie Myers y Freddy Fender (no olvidemos su hit Save the last dance for me). Y demostró que se podía ser, a la vez, mexicano y estadounidense y no estar loco, como diría Machín.

Para gente como él escribió Rumel Fuentes la canción La raza de oro, versionada por Los Lobos en directo (aunque no grabada, que yo sepa), que reivindica la doble nacionalidad para desesperación de todo tipo de energúmenos. Estados Unidos concedió a Flaco Jiménez la Medalla Nacional de las Artes en 2022. Honor con honor se paga.