Juan José Omella se jubilará dentro de poco. Está buscando fecha para poner fin a su mandato al frente del Arzobispado de Barcelona, que encabeza desde hace una década.
En estos diez años ha pasado de todo. Sobre todo, el procés. En el que Omella tomó partido... Sin llegar a tomar partido. El cardenal intentó mediar entre ambos bandos. Algunos le acusaron de independentista. Otros, de "unionista". No convenció a nadie, pero lo intentó.
Ha bregado como ha podido con la política, los escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia y la situación económica del arzobispado, que le ha obligado a pegar unos cuantos pelotazos en parroquias de su propiedad, como la polémica del Espíritu Santo en el barrio del Baix Guinardó.
En mayo de este año, sonó como Papa. No pudo ser. Le condenó la edad, demasiado elevada (79 años) para un Santo Pontífice. Pero actuó como kingmaker, haciendo valer su gran amistad con el finado Francisco y la agenda de contactos que se granjeó en el Vaticano.
