No fueron pocas las incertidumbres que surgieron al calor de la llegada de Marc Murtra a la presidencia de Telefónica. Lo inesperado del relevo se unió a un entorno especialmente complejo desde el punto de vista geopolítico. Y, más en particular, en un sector de telecomunicaciones europeo anclado en el pasado, ahogado en la aplastante regulación comunitaria y que ve, con justificada inquietud, alejarse cada vez más a sus pares norteamericanos y chinos en la carrera por liderar la revolución tecnológica.
Con la perspectiva no demasiado grande que ofrecen seis meses, no cabe duda de que todas las dudas se han disipado de un plumazo. Murtra ha tomado las riendas de Telefónica y ha empezado a trabajar en silencio, de forma discreta; pero, al mismo tiempo, firme, tomando decisiones, ejecutando operaciones. Y con ideas y planes de futuro.
Unos ingredientes que suelen ser recibidos con los brazos abiertos por los mercados. Y el caso de Telefónica no ha sido una excepción. La operadora ha sido capaz de aguantar el ritmo del Ibex 35 en ese periodo, con la dificultad añadida de que el índice de referencia de la bolsa española ha vivido su mejor primer semestre en lo que va de siglo.
Al mismo tiempo, el ejecutivo ha sido capaz de adecuar el consejo de administración a una nueva estructura accionarial, muy diferente de la etapa que lideró su antecesor, José María Álvarez-Pallete. Sin ruidos, sin tensiones, sin golpes de efecto de carácter efervescente y cosmético.
Lo que algunos temían que fuera el inicio de una etapa de inestabilidad se ha convertido en otra diferente, llamada a ser aquella en la que Telefónica se sitúe, al fin, a la cabeza de la transformación que tanto tiempo lleva esperando el sector en Europa. Con pocas palabras pero con muchos hechos. Y con discreción. En una palabra, el sueño de que cualquier inversor.
