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Pasaron por Barcelona los Sex Pistols. O lo que queda de ellos, que es bastante: tres miembros originales, el batería Paul Cook (que se ha quedado calvo), el bajista Glen Matlock (sustituido en su momento por Sid Vicious, que en paz descanse) y el guitarrista Steve Jones (Jonesy para los amigos y los seguidores de Instagram, entre los que me cuento: ha colgado una versión de

Bryan Ferry que deja con el culo torcío a cualquier fan de Roxy Music). Solo faltaba el cantante de los orígenes, John Lydon, alias Johnny Rotten, quien hace años que detesta al pobre Jonesy de mala manera, así que ha habido que sustituirlo por un tal Frank Carter, el adolescente del grupo, ya que solo tiene cuarenta añitos y ni siquiera había nacido cuando se grabó el mítico álbum (y único de la banda) Never mind the bollocks, here´s the Sex Pistols.

Cabe preguntarse si tiene algún sentido, más allá del financiero, patearse estos mundos del Señor con un repertorio viejuno a más no poder, como los himnos al desastre que los Pistols grabaron en 1977. Probablemente no, pero ya se sabe, los chavales no pudieron ver nunca a los Pistols en directo porque aún estaban en los testículos de sus padres y hay que darles la alegría de que lo puedan hacer ahora, aunque el grupo lo compongan tres septuagenarios y un cantante que ha visto la oportunidad de ganarse unos mangos. El mundo actual tampoco es el de 1977, por lo que las actuaciones de los Pistols, que no han añadido nada nuevo al material original, tienen mucho de anacronismo y de rentabilización de la nostalgia.

Pero tampoco la vamos a tomar con el bueno de Jonesy por seguir haciendo negocio con lo que fabricó hace casi medio siglo. Y es que Jonesy nos cae bien. De hecho, lo suyo es un ejemplo excelente de superación personal. Pensemos que cuando todo se puso en marcha, nuestro hombre era un gañán semianalfabeto que trabajaba en la construcción (fingía despreciar las reseñas de los Pistols en el Melody Maker y el New Musical Express, cuando lo cierto es que era incapaz de leerlas). Steve Jones (Londres, 1955) aprendió a tocar la guitarra de manera autodidacta (el liante de su manager, Malcolm McLaren, le regaló un instrumento que les había chorizado a los New York Dolls) y acabó componiendo la mayor parte del material que se grabó en el primer y último disco del grupo (todo lo contrario de Sid Vicious, que nunca mostró el más mínimo interés por aprender a tocar el bajo: le bastaba con ver lo cool que parecía con el instrumento colgado del cuello).

No es que Jones aprendiera muy bien a leer y escribir, pero le bastó para redactar unas memorias muy entretenidas (a medias con un profesional de la escritura) que sirvieron de base a la estupenda miniserie de Danny Boyle sobre los Pistols (libro y serie sacaron de quicio al señor Lydon, un hombre muy dado a los berrinches). Al principio, Jones tocaba la guitarra con el culo. Ahora es un instrumentista muy digno. Y como ni él ni sus compadres Cook y Matlock parecen tener nada mejor que hacer, se dedican a recorrer el mundo con una serie de canciones que se han muerto de viejas, pero que aún resuenan en la mente de cualquier devoto de ese arte moribundo que conocimos como rock & roll.

Dios los bendiga.