Siempre resulta positivo que los ejecutivos de las grandes compañías hablen con transparencia y sin esconder el lado menos amable de la actividad corporativa. En el caso de Marc Murtra, presidente de Telefónica, lo ha hecho de forma sutil pero, al mismo tiempo, sin dejar que a nadie se le escape que determinados movimientos tienen tintes traumáticos.
Murtra ha insistido en numerosas ocasiones durante los seis meses que lleva en la presidencia de Telefónica en situar a la operadora como un actor relevante en el necesario proceso de consolidación del sector en Europa. Hasta ahí, lo bonito, lo fácil de vender, una declaración de intenciones que rezuma liderazgo. El valor añadido llega por admitir y, al tiempo alertar, que no todo será fácil… ni bueno.
Europa ha perdido desde hace tiempo el tren de la tecnología y se ha conformado con ser el mejor cliente de aquellas economías que ahora están a los mandos de la máquina: EEUU y China. Consciente del efecto que provoca este notable error estratégico, Murtra no duda en señalar que si el Viejo Continente no empieza a desarrollar su propia tecnología, cada vez podrá tomar menos decisiones. Las tomarán por él. Es decir, cada vez será menos independiente.
El futuro de Telefónica será crecer y convertirse en un gigante tecnológico… o no será. No habrá futuro para una compañía netamente asociada a la marca España. Pero el camino será complicado. Y habrá elementos que no serán precisamente bonitos. Es un elevado precio a pagar por una recompensa que merece la pena. Y dicho por uno de los llamados a ser actores principales de la película, resulta mucho más creible.
