Cuando era el primer ministro de los Países Bajos (2010-2024), Mark Rutte (La Haya, 1967), ya me caía gordo por su admiración hacia Margaret Thatcher y sus comentarios displicentes sobre los países del sur de Europa (mayormente Italia y España), de los que llegó a insinuar que éramos una pandilla de vagazos que lastraba el avance de la Comunidad Europea.
Pero desde que se convirtió en el secretario general de la OTAN, la grima se ha convertido en asco. Sobre todo, por su actitud sumisa y sicofante ante Donald Trump, sujeto impresentable al que el holandés hace la pelota en privado y en público. Hasta el extremo de llamarle Daddy (Papi), como se ha podido ver durante la última reunión de la OTAN, esa en la que le han hecho el vacío de mala manera a nuestro querido presidente del gobierno.
Quien también ha hecho su papelón, por cierto. Llegó al cónclave insistiendo en que no nos sacarían más del 2,1% del PIB para armamento y, una vez allí, firmó lo que le pusieron por delante, mantuvo un perfil bajo, evitó cruzarse con el Hombre Naranja y volvió haciendo como que había impuesto su criterio en la reunión.
Mark Rutte, claro está, le dedicó una de sus súper sonrisas (ríanse de las de Rodríguez Zapatero, que, por cierto, le confieren un aspecto siniestro a medio camino entre el Joker y Conrad Veidt en El hombre que ríe), la misma que ofreció a todo aquel con el que se cruzaba (aunque luego recurriese al si te he visto no me acuerdo), aunque reservando las mejores para su Donald, para su Daddy, para su Papi Chulo, al que envía mensajitos para decirle lo bien que lo está haciendo todo.
Soy consciente de que la OTAN está controlada por los americanos y que los europeos estamos de comparsas. Pero si alguien debe evitar dar esa impresión, aunque sea cierta, ese es precisamente el mandamás de la OTAN. Ya sé que nos hemos columpiado con el tema de la defensa, confiando en que, si pintaban bastos, el amigo americano nos sacaría las castañas del fuego. Francia y Alemania llevaban tiempo diciéndonos que había que ponerse las pilas.
Pero es que ahora el americano no es nuestro amigo, sino un matón que mete la narizota en nuestros presupuestos y nos dice el dinero que tenemos que gastar en armamento, convenientemente adquirido, claro está, a vanguardistas empresas norteamericanas. Donald Trump quiere convertir la OTAN en un negocio para sus amigotes, y lo hace sin el menor asomo de sutileza.
Ante semejante sujeto, Europa necesitaría un defensor de su autonomía que no fuese un felpudo seudo humano como el señor Rutte, cuya actitud de servil tiralevitas de verdad que da vergüenza ajena. O propia, si aceptamos que es nuestro representante ante el imperio.
