Imagen de un homenaje a Mario Vargas Llosa

Imagen de un homenaje a Mario Vargas Llosa Europa Press

Examen a los protagonistas

Mario Vargas Llosa

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Nos dejó Mario Vargas Llosa a los 89 años de edad y todo el mundo ha escrito ya su columna al respecto. Solo faltaba yo, así que aquí está la mía. No voy a insistir en que el difunto es un novelista sensacional, ya que eso no lo niegan ni los que más manía le tienen, que son los separatistas catalanes y los profesionales del izquierdismo. Prefiero recordar las dos ocasiones en que me lo crucé y en las que me trató mejor de lo que yo merecía.

La primera fue a mis veintipocos años, cuando lo fui a entrevistar a medias con mi amigo Sergio Vila Sanjuan, que con el tiempo llegaría a ser un señor de La Vanguardia y el coordinador de su suplemento cultural.

En aquellos tiempos del cuplé, Sergio y yo éramos dos pipiolos pretenciosos a los que cualquier otro se habría quitado de encima aconsejándonos que fuésemos a que nos sonara la yaya (si se me permite la catalanada). En vez de eso, el amigo Vargas nos dio conversación como si fuéramos dos personas normales, trato del que nos aprovechamos alargando la charla hasta extremos insoportables.

Sergio y yo, lógicamente, estábamos en la gloria, ya que desde que habíamos leído La ciudad y los perros, éramos súper fans del escritor peruano. Visto con perspectiva (en su momento pensamos que era lo normal que una estrella de la literatura perdiera más de dos horas hablando con dos jovenzuelos sobraos), la actitud de Vargas Llosa se me antoja conmovedora.

La segunda vez que me topé con nuestro ídolo fue muchos años después, en Madrid, durante el estreno de la adaptación teatral de la novela epistolar de Helene Hanff 84, Charing Cross Road, dirigida por mi amiga Isabel Coixet (parece que siempre iba en pareja a mis encuentros con Vargas Llosa) y traducida del inglés por un servidor de ustedes.

Fue una conversación breve en la que el hombre me dijo que la función le había gustado mucho y que la traducción estaba muy bien (esto me hizo hincharme como un pavo real). Como la primera vez, el amigo Vargas me trató como a un igual (aunque nunca lo fui), se mostró cordial y cercano y no dio la más mínima señal de haberse venido arriba por haber ganado el premio Nobel de literatura.

Decía antes que los dos colectivos que peor se han portado ante la muerte del novelista han sido los catalanistas y los izquierdistas profesionales. Las reflexiones (por llamarlas de alguna manera) más obtusas han venido de ahí.

Todos esos que alababan al difunto como literato, pero lamentaban su presunto fichaje por la derechona, que yo nunca vi por ninguna parte: sus artículos de El País siempre se me antojaron de una lucidez admirable, propia de alguien que no se casaba con nadie y mantenía contra viento y marea la libertad de su pensamiento.

Todos esos que lo han tildado de enemigo de Cataluña, cuando solo lo era de los nacionalistas excluyentes dedicados a odiar a España las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los 365 días del año.

Las cagaditas de unos y otros han ido salpicando diarios de papel, digitales y notas de Facebook durante estos últimos días, convirtiendo al fallecido en un enemigo del pueblo, los unos, o un enemigo de la Cataluña catalana, los otros. Pandilla de cenutrios miopes…