María Ángeles Molina, Angie, durante el juicio en 2012

María Ángeles Molina, Angie, durante el juicio en 2012 Toni Garriga EFE

Examen a los protagonistas

Angie Molina

Nada que ver con la de los Stones

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Puestos a buscar un personaje ideal para un true crime de campanillas, hubiese preferido que Luisgé Martín se interesara por esa femme fatale de estar por casa que es la señora Ángela Molina (nada que ver con la actriz), alias Angie (nada que ver con la chica de la canción homónima de los Rolling Stones).

En el ya lejano 2008, Angie saltó brevemente a la fama por haber protagonizado algo que se definió como crimen perfecto, aunque no lo sería tanto cuando acabó condenada a 22 años de cárcel que acabaron reducidos a 18. Ese año, Angie se cargó a una compañera de trabajo, Ana María Páez, cuya muerte presentó como un crimen cometido en pleno trajín sexual con dos hombres, cuando la había asesinado ella misma para quedarse con su dinero tras una serie de trapisondas bancarias muy largas y complicadas de explicar aquí. Incluso pagó a dos tipos para que le pasaran su semen, que ella esparció por el cadáver de su supuesta amiga.

La acabaron trincando y fue al talego, donde llegó a coincidir con Rosa Peral, otra femme fatale de barriada, cerebro del célebre crimen de la guardia urbana, que fue llevado a la televisión por Netflix, plataforma que ahora se enfrenta a una demanda de la señora Peral por supuesta afrenta a su honor y el de sus hijas (o como lucrarse desde el trullo), llegando a hacer buenas migas con ella por aquello de que Dios las cría y ellas se juntan.

Como ya llevaba un tiempo entre rejas, Angie disfrutaba de permisos carcelarios, y hace unos días la detuvieron al regresar de uno de ellos porque se había descubierto que estaba planificando un nuevo asesinato desde la cárcel: los hay que no aprenden nunca. Pero esta vez, afortunadamente, la han pillado a tiempo, con lo que su estancia a la sombra es de prever que se alargue un poco. A ver si ahora, un escritor que no sea Luisgé o un cineasta se fijan en ella para un libro, un largometraje o una serie de televisión que se asome a su cerebro, por mucho vértigo que produzca tal iniciativa.

Dramáticamente (y estilísticamente), Angie da mucho más de sí que el tarado de Bretón. Para empezar, remite a las mujeres malas de tantas películas de Hollywood, con el atractivo añadido de que nos cae mucho más cerca. Puede que nadie se atreva a intentarlo ante la perspectiva de que Angie lo denuncie por atentado al honor, no en vano ha estado en contacto con esa maestra sacacuartos que es Rosa Peral. Ni una ni otra saben lo que es el honor, pero es indudable que andan sobradas de cuajo.

En fin, me alegro por el (o la) que se ha librado de la muerte, pero insisto en que esta peculiar mujer fatal merece el interés de la literatura, del cine o de la televisión.