
Laure Vega, diputada de la CUP
Los altercados en Salt (Girona) han llegado a la arena política y ayer propiciaron tensos rifirrafes en el Parlament de Cataluña. La palma se la llevó la diputada de la CUP, Laure Vega, con sus polémicas soflamas celebrando la violencia.
Después de los disturbios en la localidad gerundense, donde un grupo de encapuchados quemó contenedores y se enfrentó a los Mossos por el desalojo de una casa okupa en la que vivía un imán, a la dirigente ultranacionalista no se le ocurrió nada mejor que justificar la violencia en las calles.
Lejos de condenar las escenas de caos y confrontación, Vega aplaudió la actitud de los violentos, e hizo suyo un tuit del influencer hispanófobo Manel Vidal -colaborador de TV3 y Catalunya Ràdio- en redes sociales: “En Cataluña, tirar piedras a los Mossos y quemar contenedores es algo cultural propio. Enhorabuena a la comunidad musulmana de Salt por su plena integración. Sois ejemplo”.
Las declaraciones de la diputada de la CUP, y la alusión a este mensaje, generaron una oleada de críticas en el Parlament. De hecho, la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, le pidió al presidente de la Cámara catalana, Josep Rull, que investigara esas palabras porque “ponen en peligro a nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad”.
Las inadmisibles soflamas de Vega no sólo desoyen la gravedad de los hechos ocurridos sino que, además, parecen buscar un terreno común entre el vandalismo y la protesta legítima. Una postura peligrosa que, en vez de fomentar el diálogo y la convivencia, abre la puerta a la normalización de la violencia como herramienta política. Aunque éste ya es, por desgracia, un discurso habitual entre las filas cupaires.
En el caso que nos ocupa, además, doblemente grave, pues no es la primera vez que Vega se pronuncia en esos términos. En un acto de la pasada Diada, salió en defensa de la realización de talleres en los que se simula el lanzamiento de cócteles molotov y de la quema banderas -españolas-, “como tiene que ser”, según ella. Con semejante ideario, sorprende que no haya sido ni siquiera amonestada ni sancionada en el Parlament. Y que, aún menos, se le haya pasado por la cabeza la idea de dimitir.