Cataluña ha pasado página y no es la misma que el expresident fugado Carles Puigdemont dejó en 2017. La autonomía ha dejado atrás el procés independentista, aunque las heridas de aquellos años perduran. El territorio acaba de concluir un mandato de tres años de Pere Aragonès (ERC) como jefe del Ejecutivo regional, y se prepara para investir al próximo presidente. Será, salvo sorpresa de última hora, Salvador Illa (PSC), con el apoyo de ERC y Sumar Comuns.
La de hoy ya no es la Cataluña que abandonó el de Amer siete años atrás tras declarar dos veces la independencia de forma unilateral. Hoy, este pedazo de planeta ya apenas piensa en la cuestión identitaria, ha inaugurado otra etapa y las cosas del comer son las que conducen el debate político. Como las listas de espera sanitarias, cuyas últimas cifras ha publicado esta misma semana el Ministerio de Sanidad. Y Cataluña ha mejorado algo, pero sale mal parada.
O los devastadores datos que declaran los alumnos catalanes en el llamado Informe PISA, donde se constata un empeoramiento gradual de la calidad en la enseñanza catalana, a tenor de los resultados.
La Cataluña que hallará Puigdemont debate ahora sobre el acceso a la vivienda; la ampliación del aeropuerto Josep Tarradellas Barcelona-El Prat; las inversiones en vehículo eléctrico y si éstas deben abrir de par en par la producción china en Europa; la inseguridad ciudadana; la lacra del machismo y sus múltiples expresiones como la violencia de género, la desigualdad o el alcance y ampliación de los derechos LGTBI. O el fenómeno de la inmigración, frente a la que han surgido al menos dos fuerzas ultras con voz y voto el Parlament: Vox y Aliança Catalana.
El president en 2016-2017 y exalcalde de Girona, que lideró la segunda fuerza más votada en las elecciones autonómicas de mayo, se presenta mañana en collision course con la justicia. Deberá rendir cuentas con la causa que tiene abierta. A priori, él se muestra dispuesto a dejarse detener para así hacerlo.
Pero tras ello y cuando el asunto judicial se dilucide, el expresident deberá responder a todas las nuevas cuestiones que quitan el sueño a la nueva Cataluña diversa a la que regresa. Y nada parece indicar que esté preparado para hacerlo, a tenor del tiempo que ha dedicado a estos asuntos en los últimos años. Pese a que ha fungido de eurodiputado.
O no le interesan, o no está formado para aportar su versión, o no han sido su prioridad. Pero para el resto de ciudadanos, lo material sí parece ser importante, a tenor de los últimos resultados electorales y de algunas lecturas de los sondeos de opinión del CEO.
La Cataluña de 2024 ya no es la de 2017. Parece que todo el mundo lo tiene claro, menos el que llega hoy.