King Kong en Venezuela
Nicolás Maduro Moros (Caracas, 1962) es, básicamente, un sujeto ridículo, una parodia de los dictadores europeos de antaño (que de por sí ya tenían un punto grotesco). Lo compruebo cada vez que lo veo por televisión largando sus gansadas en un tono solemne que mueva inevitablemente a la risa. El problema del sujeto es que los que le tienen que sufrir son incapaces de verle la gracia porque los trata a patadas, los mete en chirona o, probablemente, los elimina al estilo de su gran amigo Vladímir Putin. Desde Europa podemos considerarlo un bufón, pero en Venezuela solo les puede recordar al payaso asesino de la novela de Stephen King It, el siniestro Pennywise.
Ahora el hombre insiste en que ha ganado las elecciones y en que quien diga lo contrario es un fascista controlado por Estados Unidos (y por Elon Musk, al que ha retado a un singular combate de boxeo que éste, lo cual no es de extrañar, ha aceptado). La oposición no se traga los resultados y asegura tener pruebas de que su candidato ganó las elecciones por goleada. Maduro podría hacer callar a todo el mundo enseñando las actas de las votaciones, pero éstas parecen haberse convertido en un secreto de estado, ya que no aparecen por ninguna parte, alimentando las sospechas de gran pucherazo que albergamos muchos ante los resultados de la contienda. Menos Rodríguez Zapatero y Juan Carlos Monedero, a todo el mundo le huele la cosa a tongo. Pero a Maduro le da igual. Él sale por la tele (con su ejemplar de bolsillo de la constitución bolivariana), clama contra el farcihmo, amenaza a la oposición con el trullo (que para eso tiene a la justicia controlada), reprime las manifestaciones en su contra a tiros (ya ha habido unos cuantos muertos, todos fascistas, por supuesto) y pretende mantenerse en el poder un montón de años más.
Todos sabemos que el señor Maduro llegó a la presidencia de su país enganchándose cual lapa al difunto Hugo Chávez (otro gorila de cuidado), gracias al cual fue escalando posiciones en la nomenclatura local hasta coronarse presidente tras la muerte de su protector. De su pasado anterior a Chávez solo se tiene constancia de su condición de agitador supuestamente de izquierdas, de su habilidad jugando al béisbol (dice que recibió una oferta de Estados Unidos que rechazó para no colaborar con el imperialismo), de los años que se tiró conduciendo un autobús en Caracas y de que fue el bajista del grupo de rock Enigma. Futesas para entretenerse hasta que le llegara la hora de cortar el bacalao (y las cabezas de sus oponentes). Una hora que pretende hacer eterna, aunque un tipo al que se le fugan ocho millones de compatriotas porque ahí no hay quien viva no parece la persona más adecuada para dirigir un país.
Lo peor del caso es que, con el ejército de su parte, nuestro King Kong venezolano puede mantenerse en el cargo hasta el día del juicio final. Lo que digan los países de su entorno se la sopla. Lo que digan Europa y Estados Unidos, aún más. Incluso ha tenido el cuajo de afirmar que hay un plan para someterlo a un magnicidio, a ver si cuela y refuerza a sus fieles contra el farcihmo. ¿Se puede ser siniestro y ridículo a la vez? Pues sí: Nicolás Maduro es la prueba más evidente.