El incierto futuro de 'Megalópolis'
Francis Ford Coppola (Detroit, Michigan, 1939) no tiene quien le distribuya. En teoría, el autor de Apocalypse now y El Padrino no debería tener problemas a la hora de encontrar una compañía que produjera y distribuyera sus películas; debería disfrutar de un estatus similar al de Martin Scorsese, que no da una a derechas desde hace años, pero ha conseguido convertirse en un clásico viviente al que se le financia y se le distribuye todo lo que rueda. El último largometraje del señor Coppola, Megalópolis, una historia futurista que ha costado 120 millones de dólares (parece que los efectos especiales se han llevado una buena parte del presupuesto), está terminada y se verá en el festival de Cannes, pero su distribución no está garantizada a día de hoy.
La cosa ya empezó mal, teniendo que poner el cineasta los 120 kilos (se tuvo que vender unos viñedos) a falta de alguna productora dispuesta a apoquinar. Un reciente pase de Megalópolis para la creme de la creme de Hollywood se saldó de una manera muy poco satisfactoria para nuestro hombre: los selectos espectadores la encontraron aburrida o incomprensible o pretenciosa, depende, pero todos estuvieron de acuerdo en que aquello no merecía la inversión necesaria para su distribución y promoción. Ni una mala plataforma de streaming se ha interesado por el resultado y ahora Coppola se encuentra con una película entre las manos con la que no sabe qué hacer, regresando mentalmente, intuyo, a los años en que se arruinó con Corazonada y tuvo que chapar sus Zoetrope Studios de Los Ángeles, que tuve el honor de visitar en 1981 con la excusa de entrevistar a David Lynch.
Bien mirado, tampoco es tan extraño que se basuree a Coppola en una época en la que se financia sin problemas a Christopher Nolan, pero la cosa da una cierta pena. No voy a largar una jeremiada sobre los genios maltratados, pues para eso ya está la Ayn Rand de El manantial, pero es evidente que por muy grandes películas que hayas rodado, nada te garantiza en Hollywood que te seguirán pagando tus cosas. Coppola es un cineasta a la antigua, a lo Orson Welles, especializado en meterse en grandes fregados financieros. Es uno de esos tipos voluntariosos y vehementes a los que las cosas a veces les salen bien y a veces mal. El sopapo de Corazonada fue descomunal (aunque era una extravagancia muy interesante), y la industria se cebó con él por haber pretendido, como dicen los franceses, peter plus haut que son cul. Se recuperó, más o menos, y siguió adelante, aunque fuese metiéndose a vinatero. Eso sí, ya no rodaba lo que quería, sino lo que podía, y su Drácula es de lo poco destacable conseguido después de la (primera) ruina.
Francis Coppola me ha hecho tan feliz que me gustaría convertirle en un héroe de la independencia cultural frente a la codiciosa industria de Hollywood. Pero, a falta de haber visto su última obra, me resultaría un tanto maniqueo y el mundo no necesita otra historia de superación personal. Tengo ganas de ver Megalópolis, pero no descarto la posibilidad de que a Coppola le haya salido lo que Chiquito denominaba un fistro diodenal tan difícil de amortizar que no encuentra quien lo distribuya. Prefiero pensar que es una obra maestra incomprendida, claro está, pero hay que tener en cuenta que hace ya tiempo que las películas de Hollywood no terminan obligatoriamente con un final feliz.