No te duermas, que te zurran
Visto con perspectiva, tal vez no era mala idea que la cantante norteamericana Britney Spears estuviera vigilada de cerca por la ley y por su padre para que no hiciera locuras. Que se lo pregunten, si no, a su último marido, Sam Asghari, del que se acaba de separar tras 13 meses de no muy feliz matrimonio. Se queja el señor Asghari, tras asegurar, claro está, que sigue queriendo y respetando a la responsable de Baby, one more time y Oops, I did it again, de que, durante la convivencia conyugal, a Britney se le iba la pinza cada vez con mayor frecuencia y le trataba con violencia verbal y física. Uno de los datos más interesantes de la historia es el de que Britney aprovechaba cuando Sam dormía para propinarle unos contundentes sopapos sin que se supiera muy bien por qué. Realmente, estar felizmente sobado y que la parienta te despierte a bofetadas es como para dudar de que reine en tu hogar la felicidad y armonía que se espera en una joven pareja de (casi) recién casados.
De hecho, la pobre Britney lleva bastante tiempo dando muestras de que le falta una patata para el kilo. Y no me refiero a años ha, cuando vivía al lado del pobre George Clooney (quien se tuvo que fugar al lago de Como para disfrutar de un poco de paz) y montaba cada noche unos cirios del copón que solían acabar con la llegada de la policía y la salida en ambulancia de la cantante de su domicilio. Hablo del último año y de sus peculiares vídeos danzarines que cuelga en su cuenta de Instagram (sí, lo reconozco, sigo a Britney en Instagram: como decía Vázquez Montalbán cuando se le reprochaba que fuera comunista y viviera como un cochino burgués, ¡yo asumo mis contradicciones!).
Para quienes no estén familiarizados con esos vídeos, les diré que se trata de unos clips en los que Britney, siempre en bragas, da vueltas sobre sí misma cual derviche giróvago, hace como que baila algo que está ensayando para una actuación y, sobre todo, mira a cámara con una expresión que piadosamente tildaremos de perturbada. Los vídeos, por cierto, causan una notable vergüenza a sus dos hijos adolescentes, quienes le han suplicado, sin éxito alguno, que deje de grabarlos. La chaladura, eso sí, puede pasar inadvertida si sólo has visto uno de los vídeos sicalípticos de la señorita Spears, pero si te los has tragado todos, como es mi caso (repito: ¡yo asumo mis contradicciones!), no es difícil llegar a la conclusión de que esa pobre mujer no está bien. En ese sentido, enterarse de que había cogido la extraña costumbre de moler a palos a su nuevo y flamante marido en lo mejor de su sueño no ha contribuido precisamente a hacerme ilusiones sobre su estado mental, que da la impresión de ser un tanto precario, por usar un término suave.
¿Estamos a tiempo de volver a vigilar a Britney? ¿Hasta qué punto es grave la inestabilidad mental de la que hace gala? Por si acaso, le recomiendo al señor Clooney que se quede en Italia: entre Meloni y Spears, no hay color.