Al triunfo por la opacidad
Por si los estatutos de Vox no eran aún lo suficientemente opacos, su líder, Santiago Abascal (Bilbao, 1976), ha decidido que lo sean todavía más a
partir de ahora, como si el partido aspirara a convertirse en una secta, una sociedad secreta o un club privado para aspirantes a lo que Tom Wolfe llamaba
Masters of the Universe. Hasta ahora, aparte de no saber nada de las propuestas económicas de Vox (las culturales se reducían a la reintroducción
social de la tauromaquia), tampoco sabíamos nada de su financiación (se sabe que entra dinero, pero no de donde procede) ni de su programa político en
general, que se reducía a una serie de exabruptos reaccionarios más sobados que la masa de hacer croquetas.
A partir de ahora, todo parece indicar que todavía nos vamos a enterar de menos cosas relativas a lo que pretende el partido de extrema derecha, pues se habla ya de pactos internos de silencio, de secretismo a ultranza, de no tratarse con periodistas desafectos y, en definitiva, de montárselo en privado y racionando la información pública hasta extremos rayanos en la inanición.
Todo ello mientras el Líder Máximo procede a una purga de los que considera elementos tibios del partido, como Iván Espinosa de los Monteros,
que a mí me parecía un señor muy correcto y bien educado para militar donde militaba, para sustituirlos por pretorianos como Dios manda en la línea del catalán Jorge Buxadé, que, si no estuvo en Fuerza Nueva, poco le faltó (hay quien dice que sí, hay quien dice que no, él no dice nada). A ese partido renovado en beneficio de lo más bruto y primario de sus representantes se incorpora, por cierto, Carina Mejías, por la que siempre he sentido un aprecio personal desde que la conocí, como a Nacho Martín Blanco, en los comienzos de Ciutadans. Entre que era más bien de derechas y que Ciudadanos se hundía, entendí que se pasara al PP, pero con lo de Vox la verdad es que me ha pillado con el paso cambiado: siempre me pareció una persona demasiado afable y razonable para acabar en un partido de extrema derecha en el que se está imponiendo claramente el sector más rancio, primitivo e irracional.
Dejando aparte su ideología, Vox es un partido cuyo líder no destaca por su brillantez (pasa en otras agrupaciones políticas, lo sé) ni por disponer de un carácter especialmente proactivo (amigos de Bilbao que lo conocían me comentaron que a su paso por el PP acarreó una merecida fama de vago de siete suelas al que lo que más le gustaba en el mundo era ir por ahí con una pistola en el sobaco). Es evidente que el hombre se inspira en José Antonio Primo de Rivera, pero éste era un intelectual con el que podías estar de acuerdo o no, pero que había hecho los deberes, había leído un montón de libros y se había inventado un ideario cercano al fascismo que, según él, representaba la salvación de España (y hasta era capaz de mantener cierta amistad con García Lorca y otra gente en sus antípodas ideológicas).
De la vida intelectual de Santiago Abascal no se sabe nada. Ni de lo que aspira a hacer con España, aparte de poner orden, jorobar a las feministas, mantener a raya al colectivo LGBTI y lograr que los ciudadanos se aficionen en masa a las corridas de toros. Debo hacer constar, eso sí, que en lo personal es un señor discreto y agradable que se esfuerza en no parecer un miembro de la Banda de la Porra: me tocó en la silla de al lado durante un almuerzo del día de Sant Jordi en Barcelona organizado por La Esfera de los Libros (editorial que acababa de publicarme El manicomio catalán) y cruzamos cuatro amables palabras bajo la atenta mirada de Julio Anguita, que lo teníamos al otro lado de la mesa y que en ningún momento corrió el peligro de que Santi le clavara un tenedor en la mano, pues ambos adoptaron un tono versallesco en la conversación. ¿Me pareció Abascal un tipo peligroso, un fascista de manual? La verdad es que no, aunque luego, en cuanto le ponen la alcachofa delante, se viene arriba y se convierte en una mezcla algo bufa de José Antonio y Mussolini.
Igual es lo que se lleva en la extrema derecha europea, que reserva lo más gañán que tiene para los países del este (véase a Viktor Orban) y promociona en el sur del continente a señoras de aspecto dulce como Giorgia Meloni y caballeros con cara de no saber muy bien donde les da el aire como Santiago Abascal. En cualquier caso, entre la progresiva opacidad del partido y el basureo de los supuestamente tibios, Vox no da ni un paso para dejar de meter miedo (dentro de sus posibilidades) al (supuesto) rojerío español.