Doña Rogelia contra Rockefeller
A consecuencia de una de esas caídas tontas, tan comunes en la tercera edad, nos ha dejado María del Carmen Martínez-Villaseñor Barrasa (Cuenca, 1943 – Tenerife, 2023), más conocida por el nombre artístico de Mari Carmen y Sus Muñecos, una ventrílocua que gozó de enorme popularidad durante las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado siglo. Aunque había iniciado su carrera bajo la protección del padre de José Luis Moreno, éste no tardó mucho en convertirse en su némesis, sobre todo para ciertos niños que veíamos la televisión a finales de los años 60 y que no tardamos nada en preferirla a ella en vez de al papá de Rockefeller o Monchito, que ya nos parecía siniestro mucho antes de enterarnos de su peculiar manera de ir por el mundo. Los recuerdos infantiles no suelen engañar, y yo recuerdo perfectamente el alborozo con que acogía la aparición en el televisor familiar de Mari Carmen y la grima que me inspiraba la de José Luis Moreno. Yo, con Mari Carmen, me reía. Con Moreno, además de no reírme nada, me entraba una especie de mal rollo que me incomodaba profundamente (especialmente, cuando el asqueroso cuervo Rockefeller meneaba obscenamente las caderas mientras farfullaba, “¡Toma, Moreno!”, como si se aprestara a sodomizarlo).
Intuyo que Mari Carmen ha muerto justo antes de que la cancelen, dado que sus personajes no eran precisamente un ejemplo de corrección política: la niña Daisy era deslenguada y repelente, el pato Nicol era un cínico amoral, el león Rodolfo era un sarasa que no dejaba en muy buen lugar a la comunidad LGBTI y doña Rogelia era una palurda de Cuenca, malhablada y cascarrabias, que no contribuía especialmente a resaltar la dignidad de las abuelitas de la España profunda. Pero a mí me hacían mucha gracia todos ellos, ellas y elles. Sobre todo, doña Rogelia, quien, según su autora, estaba basada en las viejas de su Cuenca natal (lo cual pude comprobar años más tarde, cuando frecuenté Cuenca durante una temporada por motivos que no vienen al caso y me topé con unos cuantos clones de la yaya de la nariz ganchuda).
Los detractores de Mari Carmen decían que era muy mala ventrílocua porque se le movía la boca y el pescuezo al hablar en nombre de sus personajes, pero eso era algo que a mí me daba igual porque estaba muy ocupado riéndome para fijarme en esas cosas. Puede que Moreno fuese un ventrílocuo más canónico, pero como no me hacía maldita la gracia, yo prefería a la de Cuenca. Con aquella pinta de castañera y aquella voz cascada, doña Rogelia soltaba unas burradas que, en el fondo, nunca fueron ofensivas para sus modelos conquenses. Y hasta el nombre de su supuesto pueblo me parecía un hallazgo: Orejilla del Sordete. Aunque también me entretenían Daisy, Nicol y Rodolfo, ella fue siempre mi favorita, desde que se estrenó en TVE en 1967, en el programa de variedades Noche del sábado, conducido por el ídolo de mi propia abuela, Franz Joham (creador del inolvidable hit Los que viven del cordero) y Gustavo Re, procedentes de la compañía de revista fina de la post guerra Los vieneses. Hacía años que no sabía nada de Mari Carmen, y la primera noticia ha sido la de su muerte. No me he hundido en la desesperación, pero me ha dado penica: los niños son muy agradecidos con quienes les hacen reír.