El padre anónimo y compulsivo
Jonathan M. (¿por qué se nos ocultará su apellido?) es un holandés de 41 años de edad al que se acusa (o se felicita, depende) por su envidiable fertilidad, pues en su condición de donante de semen ha contribuido a fabricar hasta la fecha unos 550 bebés, tanto dentro como fuera de los Países Bajos. Jonathan M. me ha hecho recordar un viejo chiste de Quino, de los de una ilustración a toda página, en el que se veía la plaza mayor de un pueblo, con sus habitantes deambulando felices en torno a una estatua erigida al fundador de la ciudad. Fundador en un sentido literal, ya que el rostro del prócer se reproducía hasta la saciedad en los hombres, mujeres y niños del dibujo. También me ha hecho pensar en el personaje de un cuento de Milan Kundera --incluido, si no recuerdo mal, en su texto de 1968 El libro de los amores ridículos, pero se aceptan posibles correcciones--, en el que un médico se dedicaba a inseminar con su propio fluido a las pacientes que le visitaban desesperadas porque no lograban quedarse embarazadas. Los personajes de Quino y Kundera eran abordados desde una ironía amable, pero a su equivalente holandés contemporáneo, la justicia de su país se le ha echado al cuello por motivos que uno, francamente, no acaba de comprender. En cualquier caso, se le ha conminado a poner fin a su actividad (¿deberá dejar de masturbarse o puede seguir haciéndolo mientras no le saque ningún rendimiento social o económico?) y, si persiste en ella, se le amenaza con una multa de 100.000 euros por cada muestra de semen que lance al mercado.
Parece que la normativa vigente en Holanda con respecto a la fabricación de hijos limita la producción a 25 bebés por donante, una cifra que el tal Jonathan M. ha superado con creces. Las medidas contra nuestro hombre las ha puesto en marcha una mujer fecundada por él, aunque tampoco entiendo muy bien los motivos para hacerlo. Ella quería quedarse preñada y lo logró gracias al voluntarioso Jonathan M. ¿De qué se queja ahora, si el hombre cumplió a la perfección con el encargo?
Echo de menos, hasta ahora, un estudio en profundidad del bueno de Jonathan, ya que no acabo de entender su empecinamiento en reproducirse. Tal vez debería dejar de meneársela tanto, echarse una novia y fabricar sus propios hijos, aunque parece que ha disfrutado mucho esparciendo su simiente urbi et orbi. ¿Por qué? Misterio. Una foto suya que veo en la prensa nos lo muestra como un tipo de aspecto nórdico y saludable, melenudo y con barba y, tal vez, con una de esas miradas que denotan decisión y vehemencia en quienes las exhiben. Todo parece indicar que al hombre le gusta reproducirse, pero sin las molestias inherentes a cualquier padre de familia normal, ya que Jonathan, una vez entregado el semen, se lava las manos de lo que pueda pasarle al bebé a partir de su nacimiento. Urge una entrevista con este curioso personaje contra el que, en principio, la sociedad no debería tener nada, pues todo se reduce, una vez más, a la ley de la oferta y la demanda. Incluso en el caso de que se tratara de un onanista compulsivo, no se le puede negar la conclusión positiva de ir todo el día más caliente que un bonobo. No entiendo por qué la toman con él en vez de rebautizarle como Jonathan, el infalible, en la línea de aquel personaje de inmigrante español en Francia que interpretó Alfredo Landa en la película Paco, l´infaillible.