El humanista optimista
Pasó por el BCN Film Fest para recoger el Premio de Honor del certamen, el cineasta alemán Wilhelm Ernst Wenders (Düsseldorf, 1945), más conocido como Wim Wenders, y lo hizo con un excelente aspecto no muy propio de alguien que se acerca a la condición de octogenario (aunque se haya dejado un bigotillo a lo Errol Flynn que no le sienta muy bien). Envuelto en una holgada gabardina y sonriendo sin parar, el señor Wenders se definió como un optimista y dijo estar obsesionado por el tema de la paz, al que piensa dedicar su próxima película. Dicen que desde que se casó con su última esposa, Danuta, se le ha afianzado notablemente el catolicismo de su adolescencia, cuando consideró la posibilidad de meterse a cura, y que la religión impregna su obra más reciente (no olvidemos su documental sobre el papa Francisco). En cualquier caso, poco parece tener que ver el hombre con aquel sujeto aparentemente atormentado que nos alegró la primera juventud a algunos con películas como Alicia en las ciudades, En el curso del tiempo o El amigo americano o que colaboró en cinco ocasiones con su amigo el escritor austríaco Peter Handke, hoy caído relativamente en desgracia, pese al Nobel, por su defensa pública de las atrocidades serbias durante la última guerra de los Balcanes.
Todos evolucionamos con el tiempo (bueno, algunos no, pero de esos más vale no hablar) y, a la hora de evitar la depresión y el suicidio, Dios y la paz en el mundo pueden ser de mucha ayuda. A mí Wenders me hizo mucha compañía cuando iba a ver sus películas a la Filmoteca en vez de ir a clase (lo mismo me ocurrió con las novelas de Handke). Creo que después de París, con Texas me empecé a desenganchar un poco de él, aunque aún me dio dos alegrías del calibre de El estado de las cosas y El cielo sobre Berlín. Por no hablar de la amena conversación que mantuve con él en 1987 y en Berlín, precisamente, cuando preparaba la fallida Hasta el fin del mundo, y que fue uno de los encuentros más agradables de toda mi, digamos, carrera periodística (aunque sigo sin entender qué quiso decirme cuando me sugirió que cruzara el muro y vería lo que quedaba de Alemania).
A diferencia de los bonistas profesionales (pienso en Bono, de U2), Wenders parece realmente un buen tipo, y me lo confirma gente que lo conoce algo mejor que yo. Como paño de lágrimas del adolescente melancólico no tenía precio, y aunque no acabo de entender de dónde saca ese optimismo del que ha hecho gala en Barcelona, me alegro por él y le envidio por ello. Nuestro hombre presentará en mayo, en el festival de Cannes, no una nueva película, sino dos. Una es un documental en 3D sobre el artista Anselm Kiefer, y de la otra solo se sabe que es un largometraje de ficción titulado Días perfectos, pues su director no suelta prenda al respecto. Luego se pondrá con lo de la paz en el mundo, proyecto que se encuentra de momento en un estado aparentemente gaseoso. Bien por él. Conmigo ya ha cumplido ampliamente y cuando más lo necesitaba. Me encantaría compartir su optimismo, su búsqueda de la paz y su fe en Dios, pero ya se sabe que en esta vida no se puede tener todo. Hace tiempo, eso sí, que no reviso En el curso del tiempo, y algo me dice que ya tardo.