Escandalizada por la exposición de arte que muestra desnudos y elementos sexuales junto a iconografía cristiana, la Iglesia ha sorprendido con su drástica decisión de poner fin a la iniciativa por la vía de la censura. El cerrojazo a la ermita de Farrera (Lleida) donde se celebraba Tradicions i contradicions ha obligado a finalizar el evento antes de lo esperado, pero con un revuelo social y mediático mucho mayor de lo que anticipaban sus impulsores.
Si bien es cierto que la muestra es provocadora, el obispado de Urgell y su arzobispado, el de Tarragona, deberían tomar nota de una de las reivindicaciones que vecinos y artistas han puesto sobre la mesa: que el infrautilizado espacio del templo, donde sólo se celebra una misa al año, podría tener otros usos culturales.
En ese planteamiento, la Iglesia debería mostrar más flexibilidad e incluso colaborar para explorar alternativas mutuamente beneficiosas, en vez de dejar que la situación derive en un conflicto. Los responsables religiosos también deben reflexionar sobre por qué escándalos de suma gravedad como los abusos sexuales de sacerdotes se topan reiteradamente contra el silencio de sus instituciones y, en cambio, una simple muestra de arte sí merece una reacción de máxima indignación.