Una vieja y querida conocida
Nos ha dejado Laura Valenzuela (Sevilla, 1931 – Madrid, 2023), una presencia familiar para los de mi quinta desde la más tierna infancia, gracias, especialmente, a los programas de televisión que presentó a partir de los años 60 en la única cadena que había en España y a una larga serie de interpretaciones cinematográficas que se interrumpió de forma abrupta en 1971, año del estreno de la película de Roberto Bodegas Españolas en París y de su matrimonio con el productor José Luís Dibildos (Madrid, 1929 – 2002), al que había conocido en 1958, pero tenía cierta fama de ser reacio al matrimonio. Recuerdo que la no boda de Laura Valenzuela (nacida Rocío Laura Espinosa- López Cepero) con el productor madrileño tenía muy preocupada a mi madre, afectada por el concubinato ideado por Dibildos, y que se llevó una cierta alegría cuando la pareja pasó finalmente por la vicaría a principios de los 70 (en los primeros tiempos de la televisión en España, dado lo limitado de la oferta, era más fácil potenciar las relaciones humanas entre los que salían por la tele y los que la veían).
A Laura Valenzuela se la recuerda más por sus apariciones televisivas que por las cinematográficas, pese a que se hartó de rodar películas hasta que se retiró para dedicarse plenamente a esa vida familiar tan anhelada y a la que acabó apuntándose Dibildos aunque fuese arrastrando un poco los pies (o eso parecía). En la vida ficticia, la televisiva, Laura tuvo un compañero excelente en el también difunto Joaquín Prat, con el que presentó un montón de programas en TVE que quizás no fueran tantos como yo recuerdo, pero a mí esa pareja falsa se me quedó grabada para siempre a una edad muy temprana. Y, además, me caían muy bien los dos.
No tuve el placer de conocer personalmente a Laura Valenzuela, pero sí al gran Dibildos, que me pareció un tipo estupendo cuando coincidimos un año en el festival de cine de Peñíscola, cuando yo formaba parte del jurado y él había adquirido la costumbre de auto-invitarse cada año mientras su mujer y su hija se iban a Marbella. Consideré la posibilidad, en homenaje a mi madre, de preguntarle por qué había tardado tanto tiempo en convertir a la pobre Laura en una mujer decente, pero la acabé desechando porque Dibildos era un tipo demasiado divertido como para perder el tiempo soltándole inconveniencias. Hombre dado a la comida y la bebida (era un entusiasta del arroz a banda), aprovechaba la estancia en Peñíscola para eludir el control de su salud que ejercían su mujer y su hija sobre él. Durante unos pocos días compartimos papeos y copas, me contó su vida, sus años en Barcelona con el inefable productor Ignacio F. Iquino y aquellas peculiares vacaciones junto al mar disfrazadas de festival a las que él se había hecho adicto. En ese sentido, me fascinó su manera de entender el atuendo veraniego, que, según él, consistía en quitarse la corbata y la chaqueta del traje y arremangarse la camisa (cuando tocaba volver a Madrid, le bastaba con bajarse las mangas y recuperar chaqueta y corbata). No volví a verlo, pero siempre lo recordaré como uno de los tipos más simpáticos que he conocido en mi vida. Y lo siento por mi difunta madre, pero nunca fui capaz de echarle la bronca por lo que había tardado en pasar por el altar con la encantadora Laura Valenzuela.