Un sueco listillo
El cineasta sueco Ruben Ostlund (Styrso, 1974) es muy querido en el festival de Cannes, donde ya se le ha otorgado la Palma de Oro en dos ocasiones: con The Square en 2017 y con El triángulo de la tristeza en 2022. Si todo le va bien, esta noche le puede caer un premio gordo en la gala de los premios de la Academia de Hollywood por la segunda de esas películas, una supuesta farsa sobre la estupidez y la frivolidad de los ricos que ha gustado bastante en general, pero que a mí me pareció una colección de obviedades (¿hace falta insistir en la vaciedad y la ignorancia de la mayoría de los influencers?) enumeradas por alguien que cree estar soltando verdades como puños que a los demás se nos han pasado inadvertidas.
Recordaba con cierto agrado su malintencionada tragicomedia Fuerza mayor, cuyo punto de partida era muy prometedor: un padre de familia deja tirados a su mujer y a sus hijos en la terraza de un bar para huir de una avalancha de nieve que se les viene encima y puede cortar de raíz sus vacaciones de invierno. Aunque todos sobreviven, para ese padre de familia hay un antes y un después de su acto de (¿comprensible?) egoísmo. Su mujer ya no lo mira con afecto. Sus hijos han perdido toda la confianza que pudieran haber depositado en él. Su (¿cobarde?) reacción ante la avalancha le va a pasar factura, y no será precisamente barata.
Tras The Square, una farsa sobre el mundo del arte contemporáneo con muchos momentos afortunados, uno esperaba más de The triangle of sadness, que empieza tan bien como Force majeure, con un casting para modelos masculinos seguido de una discusión ridícula entre uno de ellos y su novia influencer, que gana más dinero que él, por ver quién paga la cena. Pero a partir de ahí, en mi modesta opinión, todo va cuesta abajo: el crucero de lujo al que los dos influencers de la cena han sido invitados, la aparición del capitán del barco (Woody Harrelson), un borrachuzo marxista que se hace amigo de un ricachón ruso, el interminable epílogo en una isla aparentemente salvaje….Los elementos de El triángulo de la tristeza son, más o menos, los mismos de la estupenda serie de televisión The White Lotus, pero en el invento de Mike White hay menos moralina progresista, más momentos de hilaridad y ni el menor asomo de sermón plagado de obviedades, que es en lo que acaba convertida la última película del señor Ostlund (que, además, dura demasiado: ¿realmente necesitaba el hombre dos horas y media para descubrir la pólvora con tanto retraso?).