No me sacaréis ni un duro
Pedro Sánchez está que trina con el presidente de Ferrovial, Rafael del Pino Calvo-Sotelo (Madrid, 1958), y por una vez, y sin que sirva de precedente, le comprendo. La decisión del señor del Pino de trasladar su empresa a Holanda para pagar menos impuestos puede que sea legal –también lo era cuando Bono, el cantante de U2, hizo lo mismo para ahorrarse un dinerito que, según él, no les hacía ninguna falta a los irlandeses, pues ya hacía años que había pasado lo de la hambruna de la patata-, pero no es elegante ni ética, sobre todo porque el éxito de Ferrovial se deriva de grandes contratos públicos con el gobierno desde su fundación en 1952 por el padre del actual escapista, que también se llamaba Rafael del Pino, un hombre cuyos contactos con el régimen franquista (estaba casado con una Calvo-Sotelo, concretamente con la hermana de quien fuera presidente del gobierno tras el golpe de estado de febrero de 1981) le fueron de gran utilidad para enriquecerse. A su hijo, el que ahora se dispone a darse a la fuga, se le calculaba en el 2022 una fortuna personal de 3800 millones de euros (que hacía de él el tercer hombre más rico de España), pero aún y así, considera que la hacienda española se ceba con él y hay que darle esquinazo cuanto antes. Evidentemente, lo del capitalismo con rostro humano no va con él.
Teniendo en cuenta el origen habitual de los contratos de Ferrovial, no está del todo claro que el cambio de sede vaya a beneficiar al señor del Pino tanto como cree. Una vez puesto en un lugar destacado de la lista negra de cualquier gobierno español, no es del todo descartable que el hombre se encuentre con algunas sorpresas desagradables, por mucho que ahora el PP lo utilice para encontrar nuevas maneras de chinchar a Sánchez: si no lo han crucificado ya por su política impositiva, puede que no tarden mucho.
Pedirles patriotismo a los ricos es como pedirle peras al olmo, como todos sabemos, pero el gesto del señor del Pino no va a contribuir a hacérnoslo más simpático a los españoles. Solo el mundo lazi encuentra divertida la situación, pues gusta de compararla con la fuga de empresas que se produjo en Cataluña en los momentos álgidos del prusés, aunque ambas coyunturas se parezcan tanto como un huevo a una castaña: se podrá estar de acuerdo o no con las prácticas impositivas del actual gobierno español, pero equipararlas al sindiós legal que planteaba el prusés es un puro delirio.
Comportarse como un capitalista de cuadro de Grosz, aunque sin chistera ni habano, no es la mejor manera de ganarse el aprecio de los compatriotas, incluyendo a los políticos, militantes y votantes del PP, partido por el que el señor del Pino parece tener ciertas simpatías. Y utilizar su fuga, como hace Núñez Feijoo, para clavar otro clavo en el ataúd de Sánchez (aunque se lo merezca por otras cosas) tampoco resulta muy elegante ni muy ético ni muy patriótico. Dice el refrán que es de bien nacidos ser agradecidos. Y cabría esperar cierto agradecimiento por parte de una empresa que, desde el franquismo hasta ahora, se ha lucrado con la obra pública, pero no se aprecia dicho agradecimiento por ningún lado: ande yo caliente, ríase la gente. O, mejor aún, el que venga atrás, que arree. Ambas expresiones le van como anillo al dedo a Ferrovial.