Mi villano favorito
Es posible que el presidente de la república francesa, Emmanuel Macron, incurriera levemente en la sobreactuación al otorgarle el otro día la Legión de Honor al empresario norteamericano Jeff Bezos (Albuquerque, Nuevo México, 1964). La izquierda se le ha lanzado a la yugular por premiar con la máxima distinción nacional a uno de los representantes más conspicuos del capitalismo puro y duro, sobre cuyos métodos de trabajo corren todo tipo de informaciones que afectan a la parte ética de la gestión de su compañía, Amazon. La población ya está bastante calentita ante el proyecto de Macron de retrasar la edad de la jubilación como para que le salgan con lo de la Legión de Honor para el que muchos consideran un negrero contemporáneo.
Decir que el señor Bezos es un capitalista de manual no es precisamente inventar la pólvora ni descubrir el mediterráneo, pero tampoco creo que se trate del más despreciable representante de su afortunada (y escasa) clase social. Ya sabemos que nadie se hace rico respetando escrupulosamente los derechos de sus trabajadores, y al señor Bezos, como buen norteamericano, no parece que le tiemble el pulso a la hora de organizar y reorganizar su empresa a su antojo, incluyendo despidos a granel, escatimar en los sueldos de sus empleados y recurrir a todo tipo de trucos más o menos legales para pagar menos impuestos de los que debería. Tales actitudes, como se dice en inglés, vienen con el territorio. Personalmente, sin embargo, se me ocurren unos cuantos personajes más abyectos que Jeff Bezos (no diré nombres), gente que se lucra tanto o más que él y que, a diferencia del patrón de Amazon, nunca han dado la menor alegría a la sociedad. Antes de convertirse en el imperio que ahora es, Amazon fue deficitaria durante unos cuantos años, tardando lo suyo en devenir esa inmensa tienda global que es ahora, esa cueva de Alí Babá de la que puedes llevarte, previo pago de su importe, lo que te apetezca.
Igual no hacía falta darle la Legión de Honor, pero yo agradecí mucho el nacimiento de Amazon porque me permitía acceder a un consumo cultural que se me hubiese complicado mucho de no ser por esa mega tienda virtual. Comprobar que todo estaba a un clic de distancia –llámenme simplón- me alegró la vida cuando vi que podía hacerme con libros, discos o deuvedés que no se encontraban en España. Entrar en la página de Amazon equivalía a conseguir esos discos que nunca llegaban a la FNAC y a las cada vez más escasas tiendas de discos que quedaban en mi ciudad. Era conseguir libros en inglés o francés que nadie había tenido el detalle de traducir al español. Y en la época previa a las plataformas de streaming, podías conseguir las ediciones norteamericanas de series en DVD que no había manera de ver de otra manera. Hubo una época en la que recibía cada paquete de Amazon como si me lo hubieran traído personalmente los Reyes Magos. Y los precios eran razonables y algo más bajos de lo establecido para las tiendas. Aunque viajases a Estados Unidos y pudieras comprar las cosas de la manera habitual, salía más a cuenta hacer una lista de objetos de interés y pedírselos a Amazon al volver a casa, ahorrándote el tener que transportarlos personalmente en tu equipaje. Ah, y si el paquete se perdía por el camino, bastaba con informar de ello a la compañía y te lo volvían a enviar (en cierta ocasión me enviaron el mismo paquete dos veces porque se había retrasado notablemente el primer envío y el segundo lo facturaron sin rechistar ante mis quejas).
Me consta que estos no son motivos para darle la Legión de Honor a nadie, y es muy probable que el hombre que se inventó la Súper Tienda Global se haya convertido con el tiempo en un capitalista de los peores. Pero, insisto, Jeff Bezos hizo algo por mí cuando yo lo necesitaba. No puedo decir lo mismo de la mayoría de los sacamantecas de su cuerda.