El papel de su vida
Parecía que las tropas rusas se iban a plantar en Kiev en cuestión de semanas, pero se acaba de cumplir un año de la invasión de Ucrania y no da la impresión de que el matón de Vladimir Putin se esté saliendo con la suya, ya que el avance y la conquista no se están produciendo al ritmo previsto. En Ucrania, el marrón se lo ha tenido que comer su presidente número seis desde la independencia de 1991, cuando se desmoronó la URSS, un cómico (con estudios de Derecho) llamado Volodímir Zelensky que se había hecho extremadamente popular en su país con una telecomedia, Servidor del pueblo, en la que interpretaba el papel que luego repetiría en la vida real. No están muy claros los motivos que llevaron al señor Zelensky a la presidencia de su país, más allá de que la clase política estaba desprestigiada por una corrupción galopante y de que abundaban los oligarcas que cortaban el bacalao y les decían a los dirigentes políticos lo que tenían que hacer. Al principio de su mandato, no puede decirse que Zelensky se matara por acabar con la corrupción ni que se esforzara en poner en su sitio a los oligarcas de marras (uno de ellos, de hecho, fue su principal padrino político), pero todo cambió para nuestro hombre cuando a Putin le dio por recuperar la URSS, empezando por el país que le caía más cerca, Ucrania (previamente, no lo olvidemos, se había anexionado Crimea sin que la comunidad internacional tuviera gran cosa que decir al respecto). Yo diría que, con la guerra contra Rusia, Zelensky se convirtió realmente en el presidente de Ucrania, cargo que se iba a convertir en el papel de su vida.
Al principio de la invasión, eran legión los que bromeaban sobre la situación de un cómico metido a político, al que imaginaban exiliándose ipso facto a algún lugar desde el que poder sentirse como el general De Gaulle en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Aparecieron debajo de las piedras extraños fans de Putin para los que la culpa de todo la tenían Estados Unidos y la OTAN, por acorralar a Vladimir y obligarle, prácticamente, a invadir Ucrania para proteger unas fronteras a las que cada día se acercaba más la agrupación militar de la Europa Occidental. Para esos fans de Putin, Zelensky era un humorista al que le venía grande el cargo y que se rendiría en menos de un mes ante un ejército más poderoso que el suyo. Pero, curiosamente, Zelensky no aceptó las ofertas de exilio, se autoproclamó comandante en jefe de las fuerzas armadas de su país (lo que incluía, al parecer, no quitarse la ropa de color caqui ni para dormir) y encabezó una resistencia que se lo está poniendo muy crudo a Rusia, donde al bochorno de no solucionar el asunto en 15 días, se añaden los efectos funestos de las medidas tomadas en su contra por la Unión Europea (por no hablar de la escasa motivación del ruso medio a la hora de participar en una guerra que ni le va ni le viene).
A efectos prácticos, da igual que Zelensky esté interpretando el papel de su vida o que haya interiorizado el de presidente de Ucrania. Lo fundamental del personaje es que se ha tomado en serio la que le ha caído encima y ha logrado la solidaridad de occidente en forma de armas para él y broncas para Putin. Los fans de Vladimir siguen insistiendo en que es un nazi y citando al batallón Azov. Las almas nobles de Podemos siguen oponiéndose al envío de material militar español porque, según ellos, hablando se entiende la gente. Zelensky se pega tales hartones de viajar por el bien de su causa que a veces parece dominar el don de la ubicuidad. Insiste en que ganará la guerra. Y yo creo que, si se le ayuda convenientemente, puede lograrlo, lo cual dejaría a Putin en una posición francamente embarazosa y hasta humillante. Igual tiene razón Macron en lo de que hay que medir las consecuencias de dicha humillación, pero, ¿qué quieren que les diga?, ver morder el polvo a un matón siempre me pone de buen humor.