¿Y a mí quién me mantiene?
Según comentaba ayer sábado Boris Izaguirre en El País, Iñaki Urdangarín está más bien tieso de pasta o, directamente, no sabe dónde caerse muerto. De ahí que esté estudiando la oferta de una importante editorial española para escribir un libro en la línea del que se ha marcado en Inglaterra el príncipe Harry. Como esa perspectiva no le hace mucha gracia a la familia real española, ha corrido la voz de que hay un plan para hacerle callar a base, ¿de qué, si no?, de sobornarlo convenientemente, recurriendo al parecer a la fortunita que acumula el Emérito tras tantos años ejerciendo de comisionista de altos vuelos y que podría ser aún mayor si no se hubiera dedicado a regalarle dinero a la ingrata de Corina, que, tras años chupando del bote, pretende encima seguir buscándole la ruina en los tribunales británicos. La tesis del soborno suena verosímil, ya que lo de ponerse a trabajar honradamente nunca ha sido algo que distinga al ex marido de la infanta Cristina.
Nacido en 1968, Iñaki se dedicó al balonmano, una actividad deportiva muy digna, pero que no aportaba mucho glamur a los borbones. La infanta Cristina se prendó de él y él, que sabe distinguir un chollo cuando lo ve, eso hay que reconocérselo, se deshizo de la novia que tenía y entró en la realeza por vía conyugal. La verdad es que no se le pedía gran cosa: un matrimonio duradero, la fabricación de algunos pequeños borbones con escasísimas posibilidades de llegar a ocupar algún día el trono español, las menores salidas de pata de banco posibles y la aceptación de una vida muelle con presencia vegetativa en algunos consejos de administración. Visto desde fuera, parecía que el hombre se había buscado muy bien la vida y que con ser un parásito simpático ya cumpliría durante el resto de su vida.
Los problemas empezaron cuando le dio por ganar su propio dinero y se unió a su profesor en ESADE Diego Torres para montar la Fundación Noos, iniciativa sacacuartos basada en la labia y el cerebro de Torres y los contactos en altas esferas del señor Urdangarín. Ya sabemos cómo acabó todo aquello; como el rosario de la aurora, incluyendo una condena de prisión para Iñaki, aunque tampoco muy severa (entró en el talego en 2018 y ya hace un tiempo que anda suelto). Adelantándose a su suegro, fue exiliado a Suiza, donde se confiaba en que pasara desapercibido y diera la nota lo menos posible (no sé qué hizo previamente en Telefónica, pero no parece que su ausencia haya afectado mucho a dicha empresa).
Incapaz de dejar de hacerse notar, tuvo que ponerle los cuernos a la infanta Cristina, de la que siempre se ha dicho que lo quería con locura, y se le pudo ver en playas del sur de Francia con su nueva novia. Trabajar, lo que se dice trabajar, no parece ser algo a lo que conceda mucha importancia (si es que sabe hacer algo, lo que está por ver, ya que el cerebro de Noos era el señor Torres). Así pues, resulta bastante creíble que haya puesto en marcha un pequeño chantaje a nuestros royals con la amenaza de contar en un libro (escrito por el negro de turno, claro, igual le sirve el del príncipe Harry) todo tipo de intimidades de los borbones, susceptibles de ser desveladas en programas de radio y televisión previo pago de su importe.
Es difícil que Iñaki Urdangarín le caiga bien a nadie. Eligió una vida de parásito real. Cuando vio que era un poco aburrida, se metió en negocios turbios, en vez de conformarse con el papel de vistoso florero que le había caído. Si lo que cuenta Boris es cierto, ahora habría avanzado en su carrera filo delictiva con un chantaje a los borbones para mantenerse callado. A ver cuál es el curso de los acontecimientos. Wait and see, que dicen los angloparlantes.