El inmortal
Mario Vargas Llosa ha sido declarado inmortal, pero solo en Francia y desde un punto de vista literario, como demuestra su reciente entrada en la Academia Francesa, cuyo secretario, que no secretaria, es la madre del escritor Emmanuel Carrere. Los franceses siempre han sido muy hábiles a la hora de apropiarse de creadores extranjeros –véase el caso Picasso, sin ir más lejos-, pero en este caso hay que agradecerles que le concedan la inmortalidad a un afrancesado peruano que, pese a su confesada admiración por Gustave Flaubert, ha escrito toda su obra en español. Por las fotos que he visto del evento, a Vargas Llosa se le ve satisfecho y agradecido por el honor que se le hace, especialmente después de haber sido pasto últimamente de la prensa del corazón por su relación con Isabel Preysler y su separación de ésta: mucho mejor que te admitan en la Academia Francesa que en la portada del Hola, evidentemente.
Para la ocasión, nuestro hombre se trajo unos pocos invitados, entre los que figuraban su ex mujer –con la que parece estar en vías de reconciliación-, nuestro común amigo Javier Cercas (nota: llamarle para que me lo cuente todo en primera persona) y don Juan Carlos de Borbón, nuestro exiliado rey emérito, quien ha podido comprobar en persona eso de que nadie es profeta en su tierra, ya que el trato que ha recibido de los franceses ha sido bastante más cordial y positivo del que se le dispensa en su país de origen, donde últimamente solo sirve como carne de chiste y de sarcasmo, el pobre: En Francia todavía soy alguien, debe haber pensado el hombre ante el recibimiento teñido de admiración que se le ha dispensado en nuestro país vecino, donde, al parecer, sigue siendo el monarca que salvó la democracia en España en febrero de 1981, y no el avispado comisionista que conocemos por aquí (bello gesto el de Vargas Llosa, quien, a su edad provecta, ya no tiene por qué dar explicaciones de nada y puede invitar a su fiesta a quien quiera).
Mario Vargas Llosa vivió de joven en París, y lo de su fichaje por la Academia Francesa es como un premio tardío al chaval llegado del Perú que se instaló temporalmente en el país de su querido Flaubert. Tampoco creo que nadie le haya preguntado por Isabel Preysler, aunque solo fuera para averiguar qué se siente al ejercer de cónyuge de alguien que no es de la familia (recordemos que la ex mujer del escritor es prima suya y que la anterior era su tía). Tampoco a don Juan Carlos le habrán preguntado por su peculiar situación personal y su relación con su hijo, lo cual también debe de ser muy de agradecer. Y así es como todo ha sido de lo más versallesco en esta adopción por parte francesa de un escritor que nunca ha escrito ningún libro en francés, aunque haya tenido que ponerse un uniforme que parecía sacado de la Syldavia de Tintín o la Ruritania de El prisionero de Zenda. A mí me ha parecido todo un acto muy bonito –llámenme sentimental- y que le ha debido sentar muy bien no solo al homenajeado, sino también a su regio acompañante, quien tal vez se ha venido un poco arriba cuando le ha contestado a un periodista que se interesaba por la cuestión que piensa volver a España en breve (aunque sin especificar si de visita o para quedarse). Lo de Vargas Llosa, reconozcámoslo, da sopas con honda al hecho de ganar un Goya (e incluso un Oscar).