Operación Pocholo
Descubro leyendo la prensa que los guardaespaldas del inefable Froilán de Marichalar se referían a él en privado (por discreción) como Pocholo, aunque no sé si se trataba también de un homenaje al gran Pocholo Martínez Bordiu, de profesión, sus juergas, un personaje tan entretenido como pasado de rosca del que, por cierto, hace un tiempo que no sabemos nada. Dada la manera de comportarse de quien ha heredado su apodo, aunque solo entre los que cobran por vigilarlo y protegerlo (¿de sí mismo?), no sería de extrañar que el Pocholo original haya entrado en proceso de hibernación, tranquilo al comprobar que le ha salido un sucesor que apunta maneras.
En estos momentos, el bueno de Froilán brilla con luz propia entre los distintos miembros de la familia real española, que se distinguen por su discreción y por una clara voluntad de adoptar un perfil bajo por el bien de la monarquía, que bastante tocada está tras las andanzas financiero-sentimentales del compadre de Vargas Llosa en lo de la Academia Francesa. No sé si Felipe VI habrá dado instrucciones para que todo el mundo se comporte, pero resulta bastante evidente que, en caso afirmativo, Froilán o no se ha enterado o no tiene la menor intención de hacerle caso a su tío. No hace mucho, nuestro querido muchacho se vio metido en un fregado con navajas que nunca se ha aclarado del todo, pero incluyó, acto que le honra, su acompañamiento al hospital de un amiguete que se había llevado una puñalada en la noche madrileña y al que se puede calificar tranquilamente de paciente fantasma, pues no queda huella alguna de su paso por ninguna clínica ni se conoce su identidad). La cosa no sentó bien en su entorno familiar e incluso alguien, dotado de un peculiar sentido del humor, hizo correr la voz de que lo iban a enviar a Abu Dabi con su abuelo, a ver si éste lo metía en cintura (lo cual sonaba a facturarlo a Sevilla bajo la estricta supervisión de Paquirrín). Finalmente, si no recuerdo mal, lo enviaron a Dubai, lo cual lamenté desde un punto de vista personal, pues yo ya había imaginado a Froilán y su abuelo vestidos con chaquetas de alguna universidad norteamericana, tocados con una gorra de béisbol con la visera hacia atrás y a lomos de una Vespa, con el Emérito de paquete, dispuestos a comerse la noche de los emiratos árabes.
No sé cuánto duró Froilán en Dubai, pero hace unas noches volvía a estar en Madrid y metido en otro fregado como el de las navajas, aunque esta vez se trataba de su presencia en un tugurio de mala nota con sauna, pelanduscas y cocaína rosa (de la que yo no había oído hablar jamás, ni siquiera en los lejanos tiempos en que había consumido muy esporádicamente esa siniestra sustancia que convierte en idiota al que no lo es y en un monstruo al que ya era tonto). No sabemos qué hacía allí el bueno de Froilán, pero todo parece indicar que más le habría valido no dejarse caer por ese sitio, pues ya hay graciosos en Internet que le han cambiado el nombre de Froilán de Todos los Santos por el de Froilán de Todos los Antros.
Imagino a nuestro querido monarca preocupado por ese sobrino que ha salido juerguista y metepatas, como su abuelo, pero debería consolarse pensando que su idiosincrasia procede de los Borbón, sí, pero también de los Marichalar, y que el padre de la criatura tenía cierta fama de calavera y consumidor de esa sustancia que, ahora me entero, puede ser de color blanco o de color rosa (cuando le dio el parraque, hace años, en Madrid empezó a correr el término marichalazo para los pasotes de consecuencias funestas). ¿Qué hacer con Froilán, también conocido como Pocholo entre los encargados de evitar o atenuar su tendencia al desastre? Yo no descartaría desterrarlo de Madrid, pero no se me ocurre a donde lo podríamos facturar: Paquirrín no se ha ofrecido como preceptor y lo de que su abuelo lo enderece suena a ciencia ficción. Lo dejo en manos de Felipe VI, quien, por la cuenta que le trae, es muy probable que encuentre una universidad en Tasmania o Ruanda Burundi en la que el bueno de Pocholo pueda cursar un máster y hacer el ganso en sus ratos libres sin que nos enteremos en España. Ya tarda usted, Majestad.