El Nobel y la geisha
Ganar el premio Nobel de literatura para acabar saliendo en la portada del Hola no parece el sueño dorado de ningún escritor que se tome a sí mismo mínimamente en serio. A eso, entre cosas, achacan los entendidos en la materia la separación de Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, dos personajes que, en principio, no parecen tener mucho que ver: el uno es un escritor de prestigio y la otra, un decorativo parásito social que lleva toda la vida empalmando maridos ricos, famosos o ambas cosas a la vez. Es indudable que algo debe de tener la filipina para caer siempre de pie, conyugalmente hablando, pero no es del todo descartable que ese algo se vaya marchitando con la edad. En esa línea apuntan los citados entendidos cuando nos hablan de un relato breve que Vargas Llosa publicó hace un tiempo y en el que, de manera no muy velada, reconocía haberse equivocado al abandonar a su esposa de toda la vida y madre de sus hijos por una mujer que no valía mucho la pena, una decisión, según se decía en el texto, tomada con el pene cuando a éste ya solo le quedaba prácticamente la posibilidad de orinar. Siempre es duro darte cuenta de que has metido la pata, pero aún debe serlo más a una edad provecta, como es el caso, una edad en la que puede que te preguntes: "Pero, ¿qué estoy haciendo con lo que me queda de vida?". Una edad en la que, a diferencia de cuando eres más joven, ya no puedes solucionarlo todo, hasta los mayores ejemplos de que igual te has equivocado, en posición horizontal. En cualquier caso, da la impresión de que el escritor peruano se jubila de la vida sentimental, pero no estoy seguro de que ése sea el caso de la socialité filipina, que solo tiene 72 años y aún puede aspirar a un marido o dos más. Total, ¿qué otra cosa va a hacer? Vargas Llosa puede refugiarse en la literatura y, teniendo como tiene la mente en condiciones, fabricar unos cuantos libros más. Pero Preysler no se me ocurre a qué se puede dedicar más allá de sus Porcelanosas y sus Ferrero Rocher.
Aunque la separación ha sido muy digna porque estamos ante dos personas educadas, detecto cierta diferencia entre las reacciones de cada uno. A ella la veo como marcando una muesca más en la culata del revólver, mientras que a él lo intuyo avergonzado, como si estuviera todo el día pensando en el papelón que hizo hace unos años frente a sus hijos y su exmujer cuando optó por obedecer a cierto miembro de su cuerpo que ya no era el que había sido. Siempre le quedará, eso sí, el consuelo del latinajo: Errare humanum est. Y seguir con sus cosas, que le ayudarán a sobrevivir como lo hicieron cuando le dio por meterse en política, presentarse a las elecciones generales en su Perú natal y perderlas frente a un mangante. Los que le tengan manía –que en España son unos cuantos- deben estar pasando un buen rato a su costa, pero como no formo parte de ese contingente que lo considera un facha, me limito a acompañarle en el sentimiento y a recordarle que más se perdió en Cuba. Es curioso, eso sí, que quienes le reprochan su giro a la derecha, siempre civilizado y profundamente liberal, nunca tuvieran nada que decir de la fidelidad de García Márquez a Fidel Castro cuando ya era evidente que lo de ese hombre no tenía solución.
En fin, adiós muy buenas y, parafraseando al Serrat de Fiesta, vuelve el literato a sus libros y la socialité a sus fiestas (preferiblemente remuneradas). Queda claro que los matrimonios (o concubinatos) entre la bella y la bestia o el intelectual y el florero son propios de la juventud. Es una pena que Stephen Hawking ya no esté entre nosotros, pues habría sido un novio ideal para Isabel. Menos mal que le queda Rupert Murdoch, que se separó hace poco de la modelo y exmujer de Mick Jagger Jerry Hall. La que no se conforma es porque no quiere.