En caza y captura
En la historia reciente de la televisión en España, yo diría que hay pocos personajes tan desagradables y con menos gracia que Carlos Navarro (Barcelona, 1976), conocido como El Yoyas por popularizar dicho neologismo, que es como el señor Navarro denomina lo que los demás conocemos como bofetadas, sopapos o, directamente, hostias. Nos dimos de bruces con su arrolladora personalidad en la segunda edición del programa de Tele 5 Gran Hermano, de la que acabó expulsado por su carácter, digamos, conflictivo y su teoría de que él lo arreglaba todo con un par de yoyas a quien le tocara las narices. En un país normal, a Carlos Navarro se lo habría tragado la tierra tras su lamentable performance en un programa de televisión, pero en el nuestro su actitud le garantizó un cierto futuro dentro del sector audiovisual. Era un bocazas desagradable, sin duda, pero eso, entre nosotros, puede significar en ocasiones un salto a la gloria (preferentemente, en su versión más suave: véase el caso de Risto Mejide, que hasta parece un intelectual si lo comparamos con el señor Navarro).
El Yoyas colaboró en Crónicas Marcianas entre 2001 y 2004. Entre 2008 y 2011 hizo lo propio en el Salvados de Jordi Évole. Y alcanzó la gloria, entre 2006 y 2012, con sus comentarios ofensivos y propios de la derechona más troglodita en el espacio de Canal Català Catalunya opina, conducido por un untuoso fraile disfrazado de persona normal que atendía por Carlos Fuentes. A medias con la canaria Fayna Bethencourt, otra expulsada de Gran Hermano que se convirtió en su pareja y la madre de sus dos hijos, montó un garito, La taberna del Yoyas, que no duró mucho (algo me dice que las cualidades de Carlos como anfitrión podrían ser discutibles, pero carezco de pruebas al respecto). Y para demostrar que, bajo esa apariencia zafia y primitiva, latía un corazón sensible, hasta llegó a publicar dos libros de poemas, Bueno, bonito y barato (2009) y A pie de calle (2011).
Cuando se le quedó pequeño el mundo de la televisión y el del cotilleo audiovisual, nuestro hombre se metió en política y lo aceptaron en Ciudadanos (aunque el partido se lo acabó cargando Albert Rivera, el fichaje del Yoyas me parece un precedente del desastre a tener en cuenta). Ahí estuvo entre 2010 y 2012, cuando se fue (o lo echaron) del partido. Debió cogerle el gusto a la cosa pública, pues en 2015 se presentó a alcalde de Vilanova del Camí por DECIDE (DErecho, CIudadanía y DEmocracia): no ganó, pero se hizo con un escaño. A partir de ahí empezamos a perderlo de vista, pues solo sabíamos de él por algunas declaraciones fascistoides y ciertas broncas conyugales. Y ahora nos enteramos de que está en caza y captura para pasar una temporada a la sombra, acusado de malos tratos a su mujer y a sus hijos. Supongo que caerá un día de éstos, pero, de momento, no se las está apañando nada mal para hurtar su cuerpo al sistema.
Si existen las culpas colectivas, y yo creo que sí, en algo ha fallado la sociedad española al tirarse tanto tiempo riéndole las gracias a alguien que no tenía ninguna, a un tipo que iba por la vida creyendo que decía las cosas claras (y de la manera más desabrida posible) y que no llegaba ni a fascista porque hasta para ser fan de Mussolini hay que saber hacer, más o menos, la o con un canuto, lo que nunca ha sido el caso de nuestro hombre. Su principal logro, por llamarlo de alguna manera, ha sido la creación de un personaje, el quinqui audiovisual, que no le llegaba ni a la suela de los zapatos al Vaquilla. Confiemos en que una estancia entre rejas lo reconcilie con la poesía y nos ofrezca un tercer tomo de sus pensamientos profundos en verso. Si es que lo atrapan, claro, pues hasta ahora está esquivando a los maderos de manera admirable.