Enamorado de la moda juvenil
Este fin de semana ha tenido lugar la edición número 19 de los Encuentros fotográficos de Gijón, donde se ha rendido un merecido homenaje a Miguel Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1953), un hombre que poco después de llegar a Madrid, en 1974, se puso a retratar a lo que luego se conoció como tribus urbanas y que entonces era, simplemente, la gente joven más o menos fotogénica. Con el advenimiento de la Movida, Trillo vivió momentos gloriosos que no tardó en convertir en la base de su trabajo fotográfico, que lo ha llevado a recorrer Europa, América y Asia para plasmar a sus respectivas juventudes. Jubilado ya de su trabajo alimenticio como profesor de Lengua y Literatura en institutos de Madrid y Barcelona (donde vivió un montón de años, hasta que se dio el piro y se instaló -¿definitivamente?- en la capital del reino, donde tiene un estudio en el barrio de Vallecas, el hombre puede ejercer de fotógrafo full time. Como el personaje de la canción de Radio Futura, Miguel cayó enamorado de la moda juvenil y todo parece indicar que ese amor se mantiene con tanta intensidad como el primer día, aunque de un tiempo a esta parte haya ampliado su colección espontánea de modelos, hasta ahora reclutados en el mundo del rock, a los aficionados a los tebeos y los mangas, a los que ha pillado, como suele, al vuelo en diferentes salones consagrados a la historieta.
En Gijón, Trillo ha presentado 180 fotografías que forman parte de una especie de retrospectiva titulada Vistas y miramientos (1980-2020), con la que se celebran sus cuatro décadas de dedicarse a plasmar la evolución del universo juvenil de su país y de los que ha visitado desde que empezó a retratar a pandillas de chavales. En las fotos de Miguel Trillo, siempre espontáneas, nunca retocadas y en absoluto coreografiadas, asistimos al desarrollo de la vida adolescente, que se presenta de una manera usualmente festiva, pero que permite intuir de dónde vienen y a dónde van los inmortalizados por el objetivo del artista. Son, generalmente, personajes anónimos que un buen día se cruzaron por casualidad con el señor Trillo y, sin ser conscientes de ello, le ayudaron a realizar su trabajo de historiador gráfico.
Lo que más me gusta de Miguel Trillo es que, siendo un artista, nunca ha pretendido ejercer de tal. Tal vez porque su trabajo tiene también mucho de antólogo, historiador y sociólogo: las fotos de Trillo te permiten intuir ipso facto cuándo fueron tomadas y, si me apuran, cuál era el ambiente social, juvenil y hasta político de la época. No son fotografías hechas para deslumbrar al espectador, sino para dejar constancia de determinados tiempos y determinados lugares, siempre con el mismo hilo conductor: la adolescencia, esa época de la existencia que, con todas sus pegas, ejemplifica como ninguna otra las ilusiones personales y los proyectos de vida, que luego pueden hacerse realidad o no. Trillo lleva 40 años congelando a los jóvenes de todo el mundo en un momento concreto de sus vidas, y una vez los tiene retratados, los abandona a su suerte, que es lo mejor que se puede hacer. De esta manera, los inmortalizados van cambiando, pero, citando a Led Zeppelin, the song remains the same. No creo que haya mejor manera de recordar cómo fuiste de joven que tener la suerte de que Miguel Trillo te congele para siempre.