Un respeto para el menda
Pablo Iglesias Turrión, en tiempos mandamás de un partido político de supuesta extrema izquierda, está que trina y se le nota. Se acaban de volver a deshacer de él en la Universidad Complutense de Madrid, donde no hay manera de que le caiga una plaza de profesor (ya lo ha intentado dos veces y no parece que le queden ganas para intentarlo una tercera). Yolanda Díaz, con su proyecto político Sumar, da la impresión de pasarse por el arco de triunfo sus enseñanzas y de intentar montárselo por libre en política, dejando por el camino a Unidas Podemos y a su fundador, el señor Iglesias, que tuvo para ella hace unos días unas palabritas que no pueden calificarse precisamente de amables. Entre el trato displicente que recibe de su antigua universidad y lo mucho que pasa de él la ministra Díaz, da la impresión de que a Iglesias se le han inflado las narices y trata de hacer oír su voz todo lo posible, aunque él mismo se apeó del puente de mando del partido de sus entretelas. Todo parece indicar que, entre unos y otros, hay cierto interés en arrojarlo a la papelera de la historia, pero él no se deja, aunque está por ver si el cabreo que lleva le sirve para algo. Personalmente, lo dudo y le recomiendo que escuche una vieja canción de los Stones, Out of time, que describe muy bien su situación.
No sé si este hombre es consciente de que abandonar la vicepresidencia del gobierno fue una eficaz manera de pegarse un tiro en el pie. Si pensó que la sociedad se lo iba a rifar, ya fuese como columnista, conferenciante, asesor, iluminado o life coach, lamento informarle de que no ha sido así: algunas colaboraciones en prensa, unas palmaditas en el lomo a cargo de Jaume Roures, el millonario trotskista, y para de contar. Yo diría, incluso, que Yolanda Díaz lo considera un personaje tóxico, y que esa toxicidad se ha trasladado al partido al que Díaz debe su cargo, obligándola a apartarse de Podemos todo lo que pueda para intentar pillar cacho en el panorama político español. Y es que puede que Yolanda Díaz no sea la guía providencial que ella cree ser, pero, comparada con fenómenos paranormales como Ione Belarra e Irene Montero, hasta parece una persona cabal y preparada que no abre la boca exclusivamente para decir chorradas, como es el caso de las interfectas empoderadas.
Pablo observa, entre molesto y atónito, que en Podemos no se le tiene mucho en cuenta (ni en la Complutense, pero eso ya es otra cosa). Le revienta que Díaz vaya por libre cuando le debe su posición al partido que él se inventó. A Iglesias, en estos momentos, solo le falta imitar al doctor Maligno de las aventuras de Austin Powers y clamar, mientras se lleva el meñique a la comisura, lo de “¡Exijo un poco más de respeto!”.
Ya sé que no apetece nada, pero pongámonos un momento en su lugar: el hombre se sacó de la manga un partido político a la izquierda del PSOE, colocó de ministra a la parienta, purgó a quien le convino y acabó pegando una espantada que a día de hoy sigue sin entenderse muy bien, a tenor de lo mal que le han ido las cosas desde entonces; para acabarlo de arreglar, la persona en la que confiaba para llevar las riendas de Podemos pasa del partido que da gusto verla, se inventa uno propio y, encima, se cobija bajo el paraguas del partido de Pablo para llevar la buena nueva por las tierras de España. Y como colofón colosal, en la Complutense parece que se la tienen jurada (igual se acuerdan de cuando daba clases allí y consideran que ya tuvieron bastante de su presencia). Conclusión: no hay quien pille nada, mi alumna va por libre, mi partido pasa de mí y si sigo en este plan, dentro de poco no tendré donde caerme muerto…
Intentar asaltar los cielos y empotrarse contra las murallas de una universidad es como para poner de mal humor a cualquiera. ¿Nadie le dijo a Iglesias el frío que hacía fuera del ecosistema político español?