¿Problemas en la azotea?
Cuando alguien como Donald Trump te dice que tienes problemas mentales y que deberías afrontarlos de una vez por todas es que has tocado fondo. Puede que Trump no esté del todo en sus cabales, como demuestra ese ánimo guerracivilista que le distingue, pero cuando detecta a alguien que está peor que él, no queda más remedio que prestarle atención. Sobre todo, si ese alguien fue en un reciente pasado su fan número uno, un hombre que hasta fue capaz de presentarse en la Casa Blanca para rendirle pleitesía y prometerle que mientras él estuviese al mando, no se presentaría a presidente de los Estados Unidos de América. Lo acertaron: les estoy hablando del rapero Kanye West (Atlanta, Georgia, 1977), ex marido de una señora que se ha hecho famosa por tener el culo muy gordo, Kim Kardashian, y padre de cuatro hijos que atienden por North, Psalm, Chicago y Saint (solo por ponerles esos nombres, Kanye ya merece ser abochornado en público; por no hablar de su manía de que le llamen, simplemente, Ye).
Durante unos años, el señor West gozó del respeto de la comunidad musical y del fervor del público. Había quien lo consideraba un genio. Yo nunca me atreví a opinar al respecto porque soy un chico del siglo XX y reconozco mis limitaciones al abordar lo que se considera ahora música pop. Las cosas le iban bien y sus discos se vendían como rosquillas mientras la gente aún recurría a los soportes físicos para la música. Todo iba aparentemente de perlas hasta que el hombre empezó a dar ciertas muestras de excentricidad, empezando por el bodorrio con la chica del culo gordo. Luego cogió la costumbre de insultar a otros músicos vía Twitter o en su propia cara. A continuación, tuvo una especie de epifanía y se convirtió en predicador religioso, tanto en la parroquia que montó en Nueva York como en los conciertos que daba y que se convirtieron en una lata porque, entre canción y canción, daba la chapa evangélica que era un contento. Viendo que se le estaba yendo la flapa, la chica del culo gordo empezó a distanciarse de él y a echarse unos novios que a Kanye nunca le parecían bien (mientras él iba empalmando petardas que no le duraban mucho, pues su insania diríase que iba en aumento). Ahora la tiene tomada con el último novio de Kim, Pete Davidson, y hace unos días se marcó una jeremiada antisemita que no ha sentado precisamente bien (precedida del diseño de una de sus célebres camisetas, que lucía la expresión White lives matters: la mezcla de una y otra cosa hizo correr la voz de que Ye fomentaba la unión entre blancos y negros contra un enemigo común, los judíos). Finalmente, Donald Trump se atrevió a decir lo que todos pensaban, pero nadie verbalizaba: Kanye, tú no estás bien, pide ayuda urgentemente.
No sabemos si lo hará, pues, como dicen los gringos, hay un método en su locura (ya ha pedido disculpas por el ataque a los judíos), pero algo me dice que no tardará mucho en volver a meter la pata. Afortunadamente, hace tiempo que no habla de presentarse a presidente de los Estados Unidos. Algo es algo.