Pere Aragonès ha resuelto el nuevo episodio de la crisis de Govern con la destitución fulminante del vicepresidente, Jordi Puigneró, por la pérdida de confianza en su persona. Está bien que el presidente catalán ejerza su autoridad, que trate de coser las relaciones internas y busque lo mejor para la gestión de la Generalitat, pero ¿hacían falta tantas horas de reuniones para tomar esta decisión?