El fatalista amable
Jean-Jacques Sempé (1932 – 2022) siempre observó la vida de manera amable, pero nunca desprovista de un cierto estupor ante la actividad humana en este valle de lágrimas. Los títulos de dos de sus libros resumen bastante bien su visión de las cosas, Rien n´est facile y Tout se complique. Uno de sus dibujos sin texto se me quedó grabado desde que lo descubrí hace un montón de años: en una parada de metro y en andenes enfrentados, un hombre y una mujer tirando a normalitos adoptan un aire avergonzado ante las imágenes que tienen a sus espaldas, que son, respectivamente, las de un hombre joven y musculado y una muchacha deslumbrante, ambos en ropa interior, pues anuncian una marca del ramo. La expresión de esos dos pobres humanillos lo dice todo: ambos son conscientes de que no están a la altura de lo que la sociedad espera de ellos. Así lograba Sempé la crítica social, sin moralina, sin sermones, pero con una contundencia que su diseño amable no hacía nada por disimular.
Siempre he creído que a Sempé la vida, en general, le gustaba, pero que eso no le impedía llamar la atención a su manera sobre las cosas que no entendía o no le parecían bien. Hasta los libros que ilustró para René Goscinny (el papá de Asterix, 1926 – 1977) a partir de 1956 protagonizados por un crío conocido como El Pequeño Nicolás (nada que ver con cierto cantamañanas español con cara de pazguato, pero muy dotado para liarla parda) constituían un retrato agridulce de la infancia y de la sociedad francesa de la época. Aún conservo la caja con todos los volúmenes en francés que me prestó hace años mi amigo Tom Roca, cuando se dedicaba al humor gráfico, y que nunca le devolví. Como ya es un poco tarde para ello (Tom murió de un ictus hace algo más de un año), he optado por sacarla de la estantería y hojear su contenido en homenaje a Sempé, Goscinny y el amigo Tom: el material sigue siendo buenísimo.
Sempé quiso dibujar desde la infancia y por eso abandonó en cuanto pudo su villorrio natal para irse a París a hacer la mili como voluntario a los diecisiete años, y ahí se quedó, buscándose la vida en periódicos y revistas y trabajándose lentamente una buena fama que le acabaría llevando a dibujar un montón de portadas para The New Yorker (sus imágenes de Nueva York son tan brillantes como las de París). Sus temas fueron siempre las pequeñas cosas de la vida que les ocurren a las pequeñas gentes. Su mirada, más irónica que sarcástica, nunca perdió su amabilidad y su empatía, pero leyendoentre líneas se podía apreciar claramente el fatalismo que parecía regir su pensamiento. Sus personajes fueron siempre gente del montón, que no destacaba especialmente en nada, pero a los que prestaba una gran atención y a los que se empeñaba en retratar a una luz tan favorecedora como compasiva.
Humorista e ilustrador, Sempé era, tal vez, el último de los clásicos, aunque en España nunca gozó del interés y el beneplácito del público en general. Cuando José Luis Martín, en su época de director de El Jueves, publicó dos de sus libros, las ventas fueron desoladoras. En nuestro país, Sempé fue un lujo estético y conceptual de los happy few, aunque en París y Nueva York fuese prácticamente un tesoro nacional. No sé si el difunto fue consciente de ello, pero estoy seguro de que se lo hubiese tomado con su tranquilo y bien humorado fatalismo habitual.