Francesc de Dalmases (Barcelona, 1970) se ha cubierto de gloria con la bronca que le echó hace unos días a la subdirectora del FAQS a cuenta de las preguntas que le habían hecho en el programa (que era, por cierto, de una sumisión total al régimen, por mucho que su presentadora, Cristina Puig, alardee de que se trataba básicamente de un espacio de entretenimiento) a su querida jefa, Laura Borràs, presidenta del Parlament en proceso de inhabilitación por corrupción. Como ustedes ya saben, el hombre se indignó, se vino arriba, encerró en un cuarto a la periodista y le cantó las cuarenta mientras la emprendía a patadas con el mobiliario (la jefa lo niega, ¿qué va a decir sobre un colaborador de fidelidad tan perruna?). TV3 ocultó la tangana todo lo que pudo (ahí saben muy bien quién manda), hasta que el hecho fue desvelado por algunos diarios y, como se dice en estos casos, la mierda alcanzó al ventilador. La reacción de Dalmases ha sido la típica de quien se cree (con razón) el amo del cortijo: disculparse con la boca pequeña y, a continuación, declararse víctima de un linchamiento político y mediático. Flaco favor le ha hecho a su dueña y señora, que ya tiene bastante con lo suyo, pero ambos se resisten a dimitir y parecen haber unido sus destinos para lo bueno, lo malo y lo peor.
Dalmases es a Borràs lo que Watson a Holmes (o, mejor dicho, lo que Mortadelo a Filemón). Siempre se les ve juntos y sonrientes, encantados de haberse conocido mutuamente y a sí mismos. Luce Dalmases un tupé con mucha onda, como de ligón de discoteca, que hay que reconocer que lo hace parecer más joven de lo que es. No sabíamos gran cosa de él antes de 2017, cuando fue elegido diputado por Junts x Puchi, más allá de que corría por algunas fundaciones patrióticas, incluida la Catdem, de infausto recuerdo por su supuesto desvío de fondos al inframundo convergente, y ha hecho toda su carrera política (por llamarla de alguna manera) a la generosa sombra de Laura Borràs, con la que parece llevarse muy bien.
Pese a lo sobrado que suele ir, Dalmases ha demostrado que es capaz, como dicen los franceses, de peter plus haut que son cul. La rabieta es demasiado intolerable como para que pueda salirse de rositas, aunque él lo intentará, pues para algo es el alumno más aventajado de su jefa, que es muy capaz de pegarse al sillón con Super Glue para evitar lo inevitable. El incidente, de hecho, no es más que otra noticia triste de la Cataluña lazi, donde unos se creen que pueden hacer lo que les salga de las narices porque para algo son los señores del castillo (con la colaboración o el silencio de algunos siervos, como el director del FAQS y la televisión autonómica en pleno).
No va a ser fácil librarse de estos dos, pero hay que conseguirlo por higiene democrática. No son políticos. Son fanáticos con tendencia al matonismo, la una en el parlamento catalán y el otro en la tele del régimen. Y yo diría que, como en el caso de su querido Puigdemont, Pere Aragonès no ve la hora de quitárselos de encima.