Hacia la inmortalidad
Nos pasamos la vida haciendo chistes sobre la incomprensible longevidad de Keith Richards, pero Paul McCartney cumple ochenta años, todos le felicitamos y nadie se permite ni una broma al respecto (aunque ya no pueda cantar When I´m 64 si no le cambia el título por When I was 64, ¡quien los pillara!). Puede que se deba a la evidencia de que Richards no ha hecho nada por evitar la muerte, más bien al contrario, dado su amor al alcohol, las drogas y el tabaco, mientras que McCartney, una vez superados los lógicos excesos de la juventud, siempre se ha portado con prudencia y ha ido envejeciendo con dignidad (sobre todo, desde que dejó de teñirse el pelo), aunque haya acabado adquiriendo cierto aspecto de señora mayor, cosa bastante común, por otra parte, entre las estrellas del pop británico (Elton John está a medio camino entre una yaya del condado de Surrey y el ectoplasma de Liberace).
El señor McCartney celebró su octogésimo aniversario en el célebre festival de Glastonbury y, a tenor de las crónicas que he leído, ofreció una actuación larga e impecable, repasando los highlights de su inacabable repertorio desde los tiempos de los Beatles (hace falta valor para seguir interpretando esa oda al amor juvenil que es I saw her standing there, aunque no tanto como el que exhibe Mick Jagger cuando vuelve a insistir en lo de que no encuentra satisfacción). Gracias a la tecnología, hasta pudo interpretar un tema a dúo con su difunto compadre John Lennon. Eso sí, a diferencia de Lennon, cuyo asesinato a finales de 1980 lo convirtió en un personaje intocable e indiscutible, el pobre Paul ha tenido que arrastrar durante años la mala (e injusta) fama de ser el beatle cursi y baboso, en oposición al rockero y duro Lennon (aunque hay pocas canciones más blandas y cursis que Imagine). No sé cómo se originó semejante baldón, aunque intuyo que algo tendrá que ver con su talento natural para la melodía y las baladas, y a que los fans extremos suelen necesitar a alguien que denigrar para que brille aún más su estrella favorita.
Algunos de esos fans de Lennon han perdido años de su vida intentando averiguar qué canciones de los Beatles eran de su ídolo o del señor McCartney, cuando ellos habían decidido firmarlas todas al alimón, al igual que Jagger y Richards. Tras la separación del grupo más popular de todos los tiempos, los acusicas de McCartney se rearmaron, pues hay que reconocer que nuestro hombre tal vez se excedió en las dosis de azúcar de algunos de sus nuevos temas en solitario (problema que también afectó a Lennon, aunque en este caso nadie se lo tuviera en cuenta). A mí, el primer álbum a solas de McCartney (conocido popularmente como “el de las cerezas”, por la foto de la portada) me sigue pareciendo una obra maestra y un ejemplo de austeridad prácticamente folkie. Reconozco que, paulatinamente, me fui distanciando de la obra de Paul en solitario para seguir escuchando obsesivamente a los Beatles, pero lo mismo me pasó con Ringo, Harrison y el propio Lennon, aunque el último disco de éste, a medias con Yoko Ono, Double fantasy, me pareció una maravilla (incluyendo las canciones de Yoko).
Feliz cumpleaños, pues, al señor McCartney y que cumpla muchos más. Los chistes, ya lo saben, siempre a costa de Keith Richards.