Monsieur mal menor
Hay que reconocer que tiene su mérito ganar las elecciones presidenciales de tu país cuando no le caes especialmente bien a nadie y la mayoría de la población te considera un mal menor. Es lo que le ocurrió hace unos días a Emmanuel Macron, ese señor que dice que no es de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario, y que se beneficia del hundimiento de la derecha y la izquierda tradicionales, representadas hasta hace poco por los gaullistas y los socialistas, que andan hundidos en la más triste de las miserias (es como si en España, el PP y el PSOE hubiesen perdido el poco atractivo que les queda y la presidencia de la nación pudiera quedar en manos de Podemos y Vox, para entendernos). Cuesta encontrar un político al que se le aprecie menos que a Emmanuel Macron, al que en Francia se le aplica el tratamiento de mal menor y se le vota para evitar que energúmenos como Marine Le Pen o Jean-Luc Melenchon lleguen al Elíseo. Mis amigos franceses le han votado (algunos en segunda vuelta) con la proverbial pinza en la nariz para que todo siga como hasta ahora, ya que les aterraba que uno de los dos fenómenos recién citados llegara a presidente de la república. Hay algo muy triste en ser Emmanuel Macron. Y también lo hay en que las únicas alternativas sean una fascista de manual que disimula sus ideas y oculta lo que tiene en la cabeza y un comunista quimérico que se las da de insumiso. Pero uno se pregunta qué hicieron mal sociatas y fans del general De Gaulle para caer en la irrelevancia de una manera tan contundente como veloz. Igual hay que pedirles explicaciones a Nicolas Sarkozy y François Hollande, pero ninguno de los dos parece tener muchas ganas de darlas.
Ante la inoperancia de las opciones tradicionales, el señor Macron apareció hace cinco años como si lo hubieran encontrado debajo de una col y con la promesa de sacar a Francia de la parálisis en que la habían sumido los partidos de toda la vida. Para eso se inventó el suyo propio, recogió colaboradores de aquí y de allá, tiró por el camino de en medio (nunca mejor dicho), se presentó como una especie de mesías salvador que pasaba de ideologías periclitadas y, de manera algo sorprendente, ganó sus primeras elecciones. Cinco años después, el señor Macron es considerado el presidente de los ricos por la izquierda y un peligroso bolchevique por la derecha, mientras el pueblo lo tilda de elitista que pasa de él y lo acusa de gobernar para los parisinos con posibles, dejando a los pobretones de la Francia profunda desatendidos, que es lo que le echan en cara todo el rato Marine y Jean-Luc, que ya tomaron partido en su momento por los (confusos) chalecos amarillos, cada uno por sus propios motivos. Candidato del Jesusito-Jesusito-que-me-quede-como-estoy, Macron ha revalidado su victoria y le esperan cinco años más al frente de nuestro querido país vecino, pero da la impresión de que nadie espera gran cosa de su administración y que su única misión consiste en cerrarle el paso a gente que, a diferencia de él, se sabe perfectamente lo que pretende y da cierto yuyu.
Puede que Francia, siempre en la vanguardia de Europa, haya dado a luz al primer presidente post ideológico, al primer mandatario que para unas cosas es de derechas y para otras de izquierdas, al primer político astuto que ya se apaña con ser considerado un mal menor. Su eslogan electoral podría haber sido: “Vótame, que todo puede empeorar”.