Como diría Lenin, ¿qué hacer?
Y van tres. El PP ya acumula tres condenas judiciales por los líos de la Gürtel. La tercera coincide con la toma de posesión de Alberto Núñez Feijóo (Orense, 1944) como nuevo secretario general del partido, tras la escaramuza entre el anterior, Pablo Casado, y la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No es que la corrupción sea precisamente una novedad en la existencia del PP, pero no debe hacer ninguna gracia ponerse al frente de la organización justo cuando toca tragarse un nuevo marronazo judicial. Más que nada porque, a la tradicional toma de postura consistente en afirmar que a partir de ahora las cosas se van a hacer muy bien, se suma una bofetada tal vez previsible, pero que cualquiera hubiese preferido ahorrarse (y que el PSOE y otros partidos van a utilizar en tu contra).
Al señor Feijóo le precede una fama de persona responsable y moderada que nada tiene que ver con la que distinguía a su antecesor, un aprendiz de Aznar que, pobre, no acababa de dar la talla, como se pudo comprobar durante su rifirrafe con Díaz Ayuso, la chulapona favorita del sector más a la derecha del partido. Por lo menos, Núñez Feijóo no tendrá que pechar con un campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna con la boca como Teodoro García Egea ni con secuaces de éste como aquel tal Casero que no se aclaraba a la hora de votar en el Congreso entre el sí y el no y acabó aprobando él solito la reforma laboral del gobierno. Y, como los indios de las películas, Feijóo asegura venir en son de paz, sin ganas de liarla porque sí y con la intención (o eso dice) de llevarse bien con la competencia por el bien de España. Se agradece, aunque solo sea para acabar con los chorreos que nos caen de Europa por nuestra incapacidad para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Nuestro hombre corre un riesgo, evidentemente, ya que en Galicia no había quién le tosiera y en Madrid está por ver. Aparentemente, con él llegan la moderación, la sensatez y el centrismo al partido de don Manuel Fraga, pero eso tampoco le garantiza el éxito, si tenemos en cuenta que el PP está dividido entre los que ansían ese centrismo y esa moderación y los que no están para componendas democráticas y exigen más radicalidad y más buena sintonía con los de Vox, que esos sí que son españoles de verdad (destacan en ese sector los ayusers, aunque está por ver que su capacidad de influencia pueda rebasar las fronteras madrileñas).
Pedro Sánchez le exige a Núñez Feijóo que se desmarque de los de Abascal, olvidando que él no ha hecho lo propio con Bildu o ERC. La izquierda en general (o lo que se entiende por tal en la España actual) lo considera un pepero más y no espera nada de él, por muy buenas palabras que pronuncie sobre el necesario y definitivo fin de las corruptelas en el partido. Los ayusers es muy probable que lo consideren un maricomplejines, que es como Jiménez Losantos describía a Rajoy. Y aunque parece tener de su parte a lo más respetable del PP (pienso en el responsable del capítulo catalán, Alejandro Fernández), no es seguro que eso le sirva para consolidarse en su papel de nuevo líder nacional, por mucho que todos nos lo vendan como un candidato de consenso (a ver lo que dura ese consenso, dependiendo de las decisiones que tome Feijóo a partir de ahora, en cuanto escampe un poco la nueva desgracia de la cuadrilla del Albondiguilla).
Tengo la impresión de que Núñez Feijóo aspiraba a dirigir el PP, pero no exactamente ahora. Tenía Galicia perfectamente controlada, jugaba siempre en casa y solía ganar, igual era un poco pronto para cambiar la tranquilidad galaica por el Dragón Khan de la política nacional. Pero los hechos se han precipitado, entre Casado y Ayuso dejaron el partido hecho unos zorros y alguien tenía que arremangarse y tratar de poner un poco de orden. Y en esos casos, en España y desde por lo menos 1936, siempre se recurre a un gallego.