Dicen que "el que da primero, da dos veces" y en esas lides Francisco Reynés, presidente de Naturgy, es todo un experto. Cuando las empresas del sector energético trazan o ya ejecutan sus planes para separar algunos de sus negocios con el objetivo de ponerlos en valor con la entrada de nuevos socios, el ejecutivo mallorquín ha dado algunos pasos más allá y va a transformar por completo la compañía para dividirla en dos: por un lado los negocios liberalizados; por el otro, los regulados.
Dos perfiles para diferentes tipos de inversores, sin que a unos les condicione las características de la otra parte del variado entramado de las compañías energéticas integradas, que tantas ventajas presenta pero también, tantos lastres. No resulta sencillo acabar con cerca de 180 años de historia de una empresa pero, lejos de mirar al pasado, Reynés considera que la enorme transformación que acompaña a la transición energética, acelerada por la pandemia, es acreedora de vueltas de tuerca tan radicales.
Por ahora, genera dudas en el mercado, reflejadas en el desplome bursátil del viernes. Pero también fue muy contestada su decisión, nada más aterrizar en Naturgy (hace ahora cerca de cuatro años) de depreciar el valor de los activos, especialmente los de generación tradicional, para ponerse al día con las circunstancias del mercado. Aquello generó pérdidas contables milmillonarias para la compañía, pero pocos meses después, la competencia estaba siguiendo sus pasos. El resultado del llamado proyecto Géminis está por ver. Pero lo fácil siempre es seguir al resto. Eso sí, con el consiguiente riesgo de llegar tarde.