El gran liante
A veces pienso que si se revisa cuidadosamente la célebre filmación Zapruder que inmortalizó en 1963 el asesinato de JFK en Dallas aparecerá en algún fotograma un tipo con gorrilla que se cubre la cara con una carpeta para no ser reconocido. Ese tipo con gorrilla es, evidentemente, el excomisario José Manuel Villarejo, el Gran Liante de la España de los últimos años, un tipo que, no se sabe muy bien cómo, ha conseguido estar presente en todos los cirios habidos y por haber de la política nacional más reciente. Tengo la impresión de que llevan décadas juzgándolo por diferentes delitos, pero solo deben haber pasado unos pocos años desde que llamó la atención de la justicia por sus trapisondas, chantajes, extorsiones, investigaciones chungas, complots variopintos y demás asuntos de ésos con los que se gana dinerito del bueno de manera más bien discutible. Confieso que no he estudiado a fondo su panoplia de hechos supuestamente delictivos porque me temo que supera mi capacidad de entendimiento y porque, francamente, el personaje ni resulta muy interesante ni aporta la más mínima diversión al inframundo nacional. Para mí, Villarejo es un mangante con gorrilla y carpeta que sale en los telediarios dando esquinazo a la prensa o plantándose ante un micro para decir algo que ya ni le exculpa de nada y solo sirve para liarla un poco más. Embolica que fa fort, dice el refrán catalán. Y nuestro hombre, para intentar atenuar la condena que se le viene encima, hace tiempo que ha optado por arrojar mierda al ventilador más cercano, confiando en pringar al mayor número de personas posibles, empezando por su némesis particular, Félix Sanz Roldán, exmandamás del CNI al que acusa hasta de ese asesinato de Kennedy que él presenció desde un rincón tapándose la cara con la carpetilla y pensando ya en cómo eliminar a Martin Luther King y a Malcolm X (como acabaremos descubriendo tarde o temprano de este Zelig del clusterfuck).
Como la mayoría de mis compatriotas, sé que no me puedo creer nada de lo que dice Villarejo porque miente más que habla. Además de intentar atenuar la condena que le espera, yo diría que ha desarrollado cierta fascinación por liar la troca cuanto más mejor, y no me extrañaría que un día de éstos tratara de provocar un conflicto internacional asegurando que Sanz Roldán estuvo detrás de la muerte de Lady Di. De momento, se ha quedado a gusto metiendo al servicio secreto español en los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils de hace unos años. Lo ha hecho de manera críptica, hablando de un supuesto susto a la Cataluña procesista que se fue de las manos, pero insinuando que algo tuvo que ver el vil Roldán en la desgracia. La hasta hace poco delegada del gobierno en Cataluña, Teresa Cunillera, despachó sus declaraciones diciendo que Villarejo vive para liarla. Pero los lazis, que hasta anteayer consideraban al ex comisario un atorrante al que no había que hacer ningún caso, lo ven ahora como un testigo fiable que deja al descubierto la evidencia de que el estado español es tan perverso y ruin que puede dejar que se lleve a cabo un atentado terrorista para que pringuen los procesistas. De un día para otro, en el universo lazi, Villarejo ha dejado de ser el mangante inverosímil que era para convertirse en la voz de la verdad y la sensatez: de Puchi a Alonso Cuevillas, pasando por Alay, Boye, Borràs, Aragonès o Lluís Llach, todos los figurones del prusés prestan atención a las palabras del Gran Liante porque les conviene creérselas, dado que a todos ellos, en su insania, les parece verosímil que el estado esté dispuesto a dejar que los islamistas eliminen a diecisiete catalanes para darle un escarmiento a todo el paisito.
Puestos a creer en algo, uno, que conoce bastante a sus compatriotas, solo podría creer en que se cometió alguna hispánica chapuza en la relación del CNI con el imán de Ripoll (que, según la conspiranoia lazi, sigue vivo y, probablemente, comparte la existencia con Elvis, que también sigue vivo, como todos sabemos, y también tuvo tratos con Villarejo, al que contrató para que le quitara de en medio al coronel Parker). De ahí a creer que un estado democrático pueda permitir el asesinato de algunos de sus ciudadanos hay un largo trecho que solo están dispuestos a recorrer quienes llevan años metidos en un delirio solipsista que no conduce a ninguna parte. De mangante con gorrilla y carpeta a Garganta Profunda de las cloacas del estado. Todo un ascenso para un tipo turbio y escasamente fiable: lástima que su área de influencia sea reducida y esté compuesta básicamente por iluminados y majaretas. Que le aproveche.