Genio y figura
Descubrí a Àngel Casas (Barcelona, 1946) en mi primera adolescencia a través de los artículos que escribía en la revista Fotogramas, que solía comprar mi hermano mayor. A finales de los 60, Casas era el periodista más moderno de la ciudad y, probablemente, de toda España, y su visión del mundo pop resultaba tan cabal como amena y estimulante (lo demostró ampliamente en su primer libro, 45 revoluciones en España, que alguien podría tener el detalle de reeditar).
Luego lo escuché en Radio Juventud, lo seguí en la revista musical que fundó, Vibraciones, y que años después yo mismo contribuiría a hundir en compañía del amigo Toni Batista, me tragué sus programas en TVE, Popgrama y Musical Exprés (junto a cracks madrileños como Diego Manrique o Carlos Tena) y hasta le vi algunas veces en TV3, cuando estaba al frente del célebre Àngel Casas show, aunque ahí ya no le fui tan fiel como en ocasiones anteriores, pues siempre me había interesado más su faceta Greil Marcus que su versión catalana de Johnny Carson. Recientemente, disfruté bastante de los libros en catalán que le publicó el difunto Jaume Vallcorba en Quaderns Crema (sobre todo, el último hasta ahora, La dona dessasosegada, una colección de relatos excelentes). Y le seguía en su blog, que acabó abandonando por problemas de salud: la mala salud lleva años cebándose con este hombre.
Tras ser diagnosticado de una enfermedad de la que no había oído hablar en mi vida, la calciofilaxis, que resulta ser extremadamente dolorosa, y someterse a un trasplante de riñón, al pobre Àngel le acabaron amputando las dos piernas. Fue así, en silla de ruedas, como apareció hace unas noches en TV3, en calidad de protagonista de un documental a él dedicado y que es de lo poco que me he tragado entero en la nostra desde que se convirtió en la voz del prusés. Aunque de la lectura de su blog se deducían ciertas veleidades lazis en nuestro hombre, el documental, afortunadamente, no tiró por ahí, sobre todo porque me temo que tales veleidades han pasado a la historia ante preocupaciones personales mucho más relevantes.
Venturosamente, el documental en cuestión repasó su carrera, ofreció comentarios cariñosos de una variopinta serie de gente (de Serrat a Massiel, pasando por Miguel Ríos) y, sobre todo, ofreció la imagen de un Casas que no intenta dar pena, que pone al mal tiempo buena cara, que da gracias por seguir con vida y que da pruebas de conservar ese sentido del humor a prueba de bombas (y de amputaciones) que le ha distinguido durante toda su vida.
Me alegró comprobar que el amigo Àngel sigue vivito, coleando y con ánimos para hacer chistes a su propia costa. El hombre se da por jubilado, pero yo no me lo acabo de creer del todo. Personalmente, espero más libros de relatos y hasta unas memorias, aunque entenderé que no dé un palo al agua en lo que le queda de vida: estamos ante alguien que ha pasado una temporada en el infierno y ha vuelto, algo maltrecho, pero vivo. De Fotogramas a los libros de Quaderns Crema, la carrera ya la tiene hecha, y solo puedo calificarla como brillante. Pero, por si acaso, estaré atento a posibles novedades de quien dice que no tiene especial interés en hacer nada que no sea vivir dignamente los años que le queden en este planeta. Algo que no me quiero creer porque, como lector, no me conviene.