Cómo superar la grosería de tu propio jefe
Si militas en un partido nacionalista, los exabruptos antiespañoles vienen con el territorio, si se me permite el anglicismo. Pero hay maneras y maneras de largarlos. Recordemos, sin ir más lejos, la gracia que le echaba al asunto el gran Joan Tardà, apreciado incluso por sus compañeros de hemiciclo en Madrid porque, pese a su peculiar uso del castellano y a su carácter un pelín primario, no le hacía ascos a irse a tomar cañas con los diputados del PSOE y del PP después de haberlos puesto de vuelta y media en el congreso. Hasta Pere Aragonès, que no es un ejemplo de educación ni de respeto institucional, como demuestran sus constantes plantones al rey, se esfuerza por conservar un poquito las formas. Lo que no es el caso de la señora Montserrat Bassa, quien hace unos días se marcó una soflama contra las fuerzas de seguridad española que ya le han granjeado las iras de éstas y que, tal vez, le pueden acabar costando caras.
Yo ya entiendo que lo de que te metan en el trullo a tu hermana --Dolors Bassa, indultada recientemente junto a sus compañeros de reparto en el penoso vodevil soberanista de hace cuatro años-- no sienta bien, pero de ahí a decir que los maderos y los picoletos te dan un asco tremendo y no ves la hora de que se vayan de tu querida patria hay un largo trecho. Sobre todo, si la jeremiada la pronuncias en nombre de todos los catalanes --una costumbre muy extendida entre los separatistas, siempre dispuestos a confundir la parte con el todo--, olvidándote voluntariamente de que los catalanes, pese a la cansina propaganda lazi, no somos un sol poble porque aquí cada uno es de su padre y de su madre. De hecho, no somos pocos los que ya nos apañábamos con la Policía Nacional y la Guardia Civil y no veíamos la necesidad de contar con una policía autonómica: digamos que el idioma del que nos podría aporrear no era algo a lo que concediésemos una gran importancia. Que los separatistas quieran ver desaparecer de su sagrada tierra (solo suya: a los demás, que nos vayan dando) a lo que ellos denominan fuerzas de ocupación no equivale a que ese deseo sea compartido por la totalidad de la población. A mí, sin ir más lejos, me molesta más la presencia de la señora Bassa que la de los maderos, de los que, simplemente, procuro mantenerme alejado por la cuenta que me trae. Pero nunca se me ocurriría decir en voz alta que Montse Bassa me da asco (bueno, un poco de grima sí, pero ahí termina todo) y que quiero que se vaya de Cataluña. Como se dice en estos casos, en este mundo tiene que haber de todo. Y Cataluña no es una excepción: se supone que deberíamos tratar de convivir sin hacernos demasiado la puñeta mutuamente, más allá de las diferentes ideas que tengamos sobre la posición del paisito en el planeta Tierra. Si yo aguanto a la señora Bassa, que aguante ella a los miembros de la Policía Nacional: como la independencia no parece inminente, cuanto antes se enfrente a esa coyuntura, antes dejará de sufrir física y mentalmente (y algunos nos ahorraremos sus desagradables exabruptos, que ninguno de sus jefes ha desautorizado, por cierto, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que Pere Aragonés tampoco prestó mucha atención en su momento a las clases de urbanidad que se impartían en su colegio).
No dudo que ejercer de arpía republicana puede ayudar a prosperar en ERC. Ni que tener una hermana que ha pasado por el talego es como disponer en los años 40 de un pariente acogido a la clasificación de caballero mutilado. Pero de momento, que yo sepa, los estancos todavía no los concede la Generalitat a los paniaguados del régimen, así que no hace falta sobreactuar de forma tan grosera.