Pies descalzos, bolsillos llenos
La cantante colombiana Shakira Mebarak Ripoll (Barranquilla, 1977) ha aparecido en la lista de los papeles Pandora junto a otros pilares de la sociedad, y no es la primera vez que su nombre se cuela entre los espabilados ricachones que se dedican, presuntamente, a las trapisondas financieras o la evasión de impuestos: en España, país en el que pasa gran parte del año, ya se hizo notar por intentar darle esquinazo al fisco, quedando en una posición no muy lucida. Lo de Pandora suena a otra maniobra para optimizar sus ingresos de esas que la sociedad no suele tomarse muy bien. Especialmente, cuando provienen de gente que no forma parte de los genuinos parias (morales) de la tierra: empresarios, banqueros, políticos, príncipes de la iglesia, constructores, comisionistas y demás componentes de eso que los anglosajones denominan the powers that be. De esa gente todos esperamos cualquier cosa, pero aún conservamos cierta confianza en los artistas, espíritus supuestamente libres sobre los que, de repente, descubrimos (¡Dios nos conserve la vista!) que les gusta sobremanera el dinerito. Aunque también hay entre ellos personas de las que no esperamos nada.
En ese sentido, las posibles mangancias de Elton John o Santiago Calatrava (recordemos la inapelable sentencia “Calatrava te la clava”) nos afectan tan poco moralmente como las que podrían protagonizar Donald Trump o Rupert Murdoch. Pero Shakira…Shakira es prácticamente de casa. Se pasa la vida en Barcelona. Su segundo apellido es catalán. Está casada con un futbolista español (aunque solo a ratos y cuando le conviene, también es verdad). No contenta con eso, está al frente de una fundación de ayuda a niños pobres que atiende por Pies Descalzos y que uno empieza a sospechar que financia con la pasta que nos sopla a los españoles evadiendo impuestos y colocándola en cuentas offshore.
Cada vez que la pillan en un renuncio, Shakira, como diría Rubén Blades, pone cara-de-yo-no-fui, nos regala una de sus deslumbrantes sonrisas, se marca unos caderazos y no nos da ningún tipo de explicación (hasta para enterarnos de que a su novio le llama baby daddy tenemos que consultar la revista norteamericana Cosmopolitan). Ya sabemos que no es la única estrella del pop que mira mucho la pesetita (o el eurillo), pues ahí está Bono de U2 como principal representante de los avida dollars con supuesta conciencia, pero lo de Shakira nos toca más de cerca y nos ofende más. Casi que nos quedamos con los mangantes de altos vuelos de los Pandora Papers que no ocultan su condición de millonetis de cuadro de Grosz bajo una apariencia de buen rollo y filantropía fetén.