Jugador y caballero
No hace falta ser un gran aficionado al deporte en general y al baloncesto en particular para sentir cierta admiración por Pau Gasol Sáez (Barcelona, 1980), que hace unos días anunció su jubilación anticipada tras una carrera gloriosa que ha incluido dieciocho temporadas en la NBA de su país de adopción, los Estados Unidos de América. A mí siempre me ha caído bien porque me parecía un profesional que se dedicaba a lo suyo sin darse aires ni hacer el pavero y, sobre todo, porque se expresaba siempre de manera educada, correcta y gramaticalmente impecable: no puedo decir lo mismo de muchos futbolistas, que, o son unos horteras a lo Beckham o unos tarugos a lo Messi, un tipo incapaz de enlazar tres frases seguidas dotadas de cierta inteligibilidad. Tampoco consta que Gasol se haya marcado ninguna trapisonda para esquivar sus obligaciones con Hacienda, cosa que se agradece enormemente cuando incurren en ellas (presuntamente) hasta héroes de la patria oprimida como Pep Guardiola. El hombre se ha forrado con lo suyo, presumiblemente, pero nunca ha alardeado de ello ni ha practicado públicamente el despilfarro. Simplemente, Dios le otorgó una estatura de dos metros y trece centímetros y él puso el resto. A la hora de despedirse, lo hizo con la discreción y la elegancia habituales y hasta se sentó a su hija en la rodilla --a la pequeña le sobraba padre por todas partes y parecía estar en manos de un ogro bondadoso-- sin ánimo aparente de sobreactuar de padrazo, tan solo como un tipo que está muy contento de tener una niña tan mona y que tanto contribuye a su aspecto de yerno ideal tamaño XXL.
Para algunos, el único defecto de su monólogo de despedida fue el idioma en que se pronunció. Gasol optó por el castellano y eso le ha granjeado las iras de los lazis, que siempre le han considerado una de sus bestias negras (junto al mallorquín Rafa Nadal) por ejercer, como tantos otros, de catalán y español a la vez, algo imposible de concebir para algunos de mis conciudadanos, que llevan años tildando de ñordo, botifler y españolista al pobre Gasol. En esta ocasión, junto a los insultos habituales y el no menos acostumbrado rasgado de vestiduras, hasta ha habido un locutor de radio (cuyo nombre ni recuerdo ni me voy a tomar la molestia de averiguar) que se ha manifestado escandalizado por el hecho de que Pau se despidiera de sus fans en castellano (¡ya tardan en subirle el sueldo!). Creo que en Estados Unidos ha pasado algo parecido entre sus seguidores gringos: no solo en Cataluña hay energúmenos patrióticos. Despedirse en castellano desde Barcelona para sus seguidores de Cataluña y del resto de España no debería ser algo que sorprendiera a nadie (ni siquiera al locutor en busca de sobresueldo), pero aquí pasan estas cosas (y si no, que se lo pregunten a Marcel Barrena, el director de Mediterráneo, al que ya han puesto de vuelta y media por no rodar en catalán la biopic de Òscar Camps, fundador de la ONG Open Arms).
Supongo que a Gasol todo esto se la sopla. No sería de extrañar: 41 años, millonario, sin necesidad alguna de dar un palo al agua en lo que le queda de vida, casado y padre de familia. Ladran, luego cabalgamos, dice el refrán. Ladran, luego encestamos, podría decir él.