¿Para qué ocuparse del presente?
El actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (Tepetitán, 1953) se ha especializado últimamente en exigirle a España que se disculpe por sus desmanes de cuando la conquista, como si el país al que representa --y al que la corrupción y el narcotráfico amenazan con convertir en un estado fallido-- no tuviera asuntos más urgentes que resolver que las burradas cometidas por sus antepasados (los míos no se movieron del terruño) hace cinco siglos. ¿Que se hizo el animal sin tasa? Probablemente, como en cualquier otra invasión, una iniciativa que no suele ser muy bien recibida por quienes la sufren. ¿Que nos cargamos una cultura milenaria? A medias (los ingleses fueron más eficaces en la parte de América que les tocó, como le recordé en cierta ocasión en Nueva York a un atorrante que empezó a darme la chapa con el temita). Como tantos otros indigenistas, AMLO plantea la situación en términos maniqueos, oponiendo el salvajismo español a la sociedad supuestamente culta y civilizada de mayas y aztecas (que se mataban entre ellos que daba gusto verlos y no les hacían ascos a los sacrificios humanos en homenaje a sus dioses). Puede que la táctica de la espada y la cruz fuese discutible (primero enviamos a los curas, y si se los comen, atacamos con todo lo que tenemos y nos dedicamos al pillaje y la violación), pero la sustitución de las deidades necesitadas de sangre humana por el Dios de los cristianos difícilmente puede definirse como una tragedia. Por no hablar de que en aquellos tiempos todo se hacía a lo bestia porque era la única manera de fabricarse un bonito imperio que esquilmar convenientemente para alegría del rey de turno y su corte de pelotilleros. Haría bien AMLO en recordar el hit de Sandro Giacobbe: “Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”.
El último efecto indeseado de las cíclicas rabietas del señor López Obrador es que ha permitido a un cenizo de nivel cinco como José María Aznar dar rienda suelta a un sentido del humor que no me constaba que tuviera. Mal que me pese, dado que nunca lo soporté, lo cierto es que Aznar se ha convertido prácticamente en Chiquito de la Calzada con sus reflexiones en voz alta sobre AMLO durante el último congresillo del PP: lo de que no se le ocurren nombres más mayas o aztecas que Andrés y Manuel ha tenido su gracia, sobre todo viniendo del tipo más sieso que ha dado la política española en años. Podría haber perfeccionado su actuación felicitando a Pablo Casado por invitar a Nicolas Sarkozy a hablar en público un día antes de que la justicia francesa lo condenara por despilfarro ilegal durante unas elecciones que, además, no ganó, pero igual eso era pedirle demasiado: conformémonos, pues, con sus chascarrillos y disfrutemos de esas bonitas mechas de color caoba que se ha puesto en la pelambrera.
Aunque él no sea consciente de ello, lo de AMLO es lo más español que hay. No hay nada más español, políticamente hablando, que desentenderse del presente y del futuro porque lo realmente divertido es tirarse por la cabeza los muertos de la guerra civil. López Obrador hace algo parecido, pero remontándose mucho más atrás en el tiempo, a una época que no tiene nada que ver con la nuestra y que, por consiguiente, no puede juzgarse por los parámetros morales de la actualidad. Personalmente, intuyo que tomarla con España es una manera de conservar el sillón y despistar la atención de los problemas reales a los que se enfrentan los sufridos mexicanos y que AMLO, como todos los que le precedieron en el cargo, es incapaz de solucionar. En cualquier caso, si espera las disculpas de los descendientes de los españoles que nunca pusieron los pies en su país, le aconsejo que lo haga sentado.