La propietaria de El Molino lleva años en busca activa de un inversor que actúe como mirlo blanco y evite la desaparición definitiva de uno de los teatros más emblemáticos del Paral·lel que aún resistía en Barcelona. Las obras de remodelación que realizó antes de que estallase la crisis de 2008 hicieron inviable el proyecto, y la propietaria apostó (y perdió) incluso su patrimonio personal.
Finalmente, y tras un cierre de cinco meses, ha sido el ayuntamiento el que propiciará que este emblema de la ciudad evite la liquidación. Su continuidad es una buena noticia. Ahora, tiene el reto de reconvertirse en un equipamiento cultural más transversal y para toda la ciudad.